JUAN ANTONIO GARCIA BORRERO

DE GARCÍA BORRERO A GUSTAVO ARCOS Y DEAN LUIS REYES

Mis queridos Gustavo y Dean Luis:

Un debate intelectual solo será útil en la misma medida en que nos permite repensar juicios que ya creíamos consolidados. Pero será sobre todo más provechoso cuando nos permite conciliar criterios aparentemente encontrados: si algo me seduce del grueso de las polémicas que hasta ahora se han generado en el blog, es que casi nadie se aparece con la pose de tener las verdades últimas en sus manos. Al contrario, por lo general hay más preguntas que respuestas, y preguntas al fin, toca responderlas entre todos (a decir verdad, no dudo que muchas de esas interrogantes solamente podrán ser respondidas por las nuevas generaciones, cuando ya no estemos).

En tal sentido, pensé que podía ser mucho más estimulante que la réplica a los textos que ambos han enviado al blog, el permitir que nuestros lectores construyeran sus propias consideraciones. Sin embargo, hay zonas de sus respectivos artículos que me compulsan a oponerles un par de objeciones, o por lo menos, resaltar algunas de las ideas expresadas en el mío, y que tal vez no supe argumentar de la mejor manera.

Lo primero tendría que ver con ese señalamiento que hace Gustavo Arcos en cuanto a la menor importancia de las definiciones conceptuales, cuando se les compara con la acción misma: filmar, filmar, filmar, eso es lo importante, dice Arcos. Pero sabe Gustavo mejor que yo que nombrar (o dejar de nombrar)es una manera de ejercer y perpetuar de modo invisible el poder. La prueba está en que entre nosotros la simple mención del término independiente provoca entre algunos funcionarios nuestros la misma sensación de desmayo que describe Fernando Pérez en La vida es silbar.

Al mismo tiempo,como también dice Gustavo, de un tiempo a estas fechas se ha puesto de moda llamarse independiente, lo cual (adicto como soy a la sospecha) cada vez que alguien intenta presentarse o presentar a otros de ese modo, me pongo en guardia, como si tuviera a Nietzsche susurrándome al oído: “En todo cuanto un hombre deja entre­ver de sí mismo, estamos autorizados a preguntar: ¿Qué quiere ocultar de su per­sona? ¿Qué pretende sustraer a nuestras miradas? ¿Qué prejuicio espera despertar en nosotros? Y aún más: ¿hasta dónde llega el refinamiento de esta ocultación? ¿Qué errores comete al disfrazarse así?”.

Recuerdo que hace algunos años (exactamente en el 2003) fui invitado por el crítico Alejandro Ríos a Miami, con el fin de participar en el “Primer Festival de Cine Cubano Alternativo”, un evento que precisamente se interesaba en el asunto. Todavía agradezco la invitación, porque fue la oportunidad de ponerme en contacto con una producción que, desde la isla (y más puntual aún, desde Camagüey) me resultaba difícil el acceso. Revisando las notas y catálogo de aquel encuentro ya lejano en el tiempo, veo que se presentaron, entre otros filmes: Las noches de Constantinopla, de Orlando Rojas; Un día después, de Ismael Perdomo; Coffea Arábiga, de Nicolás Guillén Landrián; Lobos sueltos, de Javier Kuhn; Water, Mud and Factories, de Joe Cardona; Más allá del mar, de Lisandro Pérez; Compay Segundo en México, de Ernesto Fundora; El Florida, de Bill Teck; Todo por ella, de Pavel Giroud; Habaneceres, de Luis Leonel; Resistir, luchar y vencer, de Isabel Cuervo; y En vena, de Terence Piard.

Insisto en que guardo un grato recuerdo del evento y de mis anfitriones, que más amables no pudieron ser, pero en lo teórico tengo que admitir que me quedé con ganas de obtener una idea un poco más clara de qué significaba en todo ese conjunto de imágenes y sonidos lo alternativo o lo independiente. Yo acababa de dirigir en La Habana la primera Muestra de Jóvenes Realizadores (que Dean Luis Reyes me ayudó a curar, junto a Jorge Luis Sánchez y Juan Carlos Tabío) y tampoco encontraba en ese corpus de materiales algo que le diera un sentido a la supuesta novedad.

Sé que simplifico, pero siento que en muchas de las respuestas que se intenta dar a esos problemas están presentes o el imperativo fidelista o el imperativo anticastrista (que simbolizan la adhesión o rechazo a la maquinaria estatal legitimadora de lo producido), y en ambos casos sabemos que dejamos escapar la verdad, porque lo de la independencia es mucho más complejo que lo que explicaría el control ideológico de los modos de producción y representación, aún cuando en el caso de Cuba su peso parezca aplastante. Nos faltaría por revisar, para poner algunos ejemplos, el desarrollo de las tecnologías, los condicionamientos de los públicos, los perfiles de la imaginería de cada época. Por eso en mi comentario al texto de Dean Luis Reyes (que en modo alguno es contra el mismo, sino en todo caso, inspirado en sus ideas) exijo una mayor precisión conceptual. Creo que a estas alturas de nuestras investigaciones debemos demandarnos ese tipo de precisión teórica en nuestras descripciones históricas, lo cual me lleva a la otra discrepancia con Dean Luis Reyes cuando habla de “confusión” a la hora de mezclarse “la tarea historiográfica con la tarea crítica”.

Eso es precisamente lo que en los últimos tiempos he intentado combatir: la arbitraria disyunción de esos oficios. El historiador tradicional del cine, tan apegado a la Historia-relato como distanciado de la Historia-problema, contará la historia del cine independiente en Cuba apelando a esas narrativas donde las acciones se encadenan a partir de lo que determinados individuos (llámese Jorge Molina, Miguel Coyula, Tomás Piard o Quinta Avenida) consiguen realizar en formas de películas. Creo que no podemos ni debemos prescindir de este tipo de enfoque historiográfico positivista, pero de allí a delegar toda reflexión crítica o teórica sobre los métodos utilizados en las descripciones que hagamos, en los mapas que construyamos, en un teórico que más tarde colocará “cada uno de esos textos en su particular trama” me parece a estas alturas un error. O, para decirlo de modo eufemístico, un anacronismo, sobre todo cuando ya se conocen los aportes de estudiosos como Noel Burch, Bordwell, o Altman, para mencionar apenas algunos.

Justo debemos luchar para que a la innegable riqueza de las investigaciones realizadas, sumemos la conciencia de los problemas que podría generar nuestra escritura y los métodos utilizados, y así apartarnos de aquellas carencias que Mitry (ya lo citaba en el texto anterior) objetaba en su época al anotar: “Una cosa aparece, pues, con claridad: por muy precisas y serias que sean las Historias del cine existentes hasta la fecha, no son más que una historia de las obras y los estilos concebida de una manera más o menos coherente (…) Ahora bien, un arte, cualquiera que éste sea, no es sólo una sucesión de obras maestras aisladas, sino un devenir temporal, una continuidad viva”.

Eso es lo que en el fondo provocaría que el cine independiente en Cuba sea tan difícil de conceptualizar y describir. La independencia no supone a un individuo aislado de su medio, sino, todo lo contrario: en ese querer dinamitar lo establecido, cuestionar lo que hegemónicamente se representa y circula, se pone de manifiesto un agónico vínculo que no estaría tan alejado del espíritu de esas crisis que Altman ha propuesto utilizar como puntos de partidas para escribir las nuevas historias del cine.

Identificar los momentos críticos que ha vivido la creación audiovisual en el país, detectar los puntos de giro que muchas veces vendrían condicionados no tanto por lo que se persigue de modo explícito, como por lo que se encuentra del modo más imprevisto (las nuevas tecnologías, por ejemplo) nos libraría del peso de ese afán teleológico que quiere encontrar siempre un origen y un fin únicos, y desde luego, una meta casi providencial. Detrás de las finalidades aisladas de los individuos que colisionan en el día a día, perdura una finalidad mayor que supera con creces al cine. Eso sí, me consta que lo que propongo en términos investigativos es demasiado ambicioso como para que un solo hombre pueda asumirlo; de allí mi interés en fomentar el estudio multidisciplinario.

Insisto en que lo valioso de un texto como el que ha escrito Dean Luis nunca estará en lo que algunos, como mi querido Manuel Iglesias, quisieran hubiese agotado, sino justo en las ideas que inspira, en las relecturas que promueve. Me quedo con deseos de profundizar en la interrogante que me lanza: “¿cómo puedes responder a una tarea metodológica de carácter científico con una metáfora? He allí un asunto que todavía no se ha discutido entre nosotros con la intensidad que merece el asunto. Seguimos idealizando el lenguaje científico, ya sea para bien o para mal, asociándolo a una rispidez terminológica que confundimos con demasiada frecuencia con lo “objetivo”. Creemos que toda la posibilidad de obtener conocimientos fiables descansa en ese distanciamiento a ultranza de la doxa que contaminaría nuestros juicios más confiables, olvidando, con Croce, que “no basta con decir que la historia es juicio histórico, sino que hace falta añadir que todo juicio es juicio histórico o historia sin más”. El uso de la metáfora puede ser tan exigente en términos epistemológicos como el cumplimiento de ciertos protocolos doctorales.

Finalmente, pienso que Dean Luis no lo podría haber dicho de una mejor manera: “la producción de cine no es solo una cuestión financiera o de industrias, sino de postura de creación”. Y esto acercaría el concepto de cine independiente (en cualquier lugar, no solo en Cuba) a lo aristocrático más que a lo democrático: al menos yo veo en esa actitud tozuda, casi suicida, que asumen algunos (unos pocos) ante el acto creativo, una cuestión de minorías, y solo posible de entender y aceptar por otra minoría. De allí que sea tan exigente a la hora de distribuir el calificativo de “independiente”.

Eso sí, hay un mapa de creación audiovisual que indiscutiblemente hoy por hoy se ha expandido en Cuba, y que es preciso estudiarlo, acompañarle con un sistema de ideas que ayude a que obtenga legitimidad y se haga natural en nuestras prácticas cotidianas. Si, como se viene comprobando, al sistema institucional del país no le interesa entender el fenómeno en su complejidad, y sobre esa base, crear las condiciones para que florezca lo que tenga que florecer, en vez de retardar su desarrollo, entonces nos toca a nosotros (historiadores, críticos, teóricos) insistir en iluminar esa zona del siglo XXI que ya estamos viviendo, pese a la indiferencia de quienes gobiernan.

Un abrazo para ambos,

Juan Antonio García Borrero

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