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Marcel Beltrán es un entrevistado difícil, evade preguntas y responde lo que le parece; pero luego, cuando te vas a casa con el archivo mp3 en la flash, comprendes que tienes una joyita en tu poder. Lo complejo es darle forma a todo eso que te ha dicho en hora y media de entrevista y aterrizarlo en el breve espacio de un diario. Y es que Marcel, que este año preside el jurado de la Muestra, tiene mucho que decir sobre el cine joven, sus peripecias, sobresaltos y aciertos.

Para volver sobre un tema que ha estado presente en esta Muestra, pero que quedó pendiente tratar en un espacio de discusión, me gustaría conocer tu criterio sobre qué, cómo y para quién narra el cine joven.

El cine joven narra para sí mismo. Los cineastas jóvenes tienen una necesidad de crear que va por delante de lo que quieren contar, como una ansiedad por hacer cosas. No creo que estos realizadores hayan pensado guardar el material que presentaron a la Muestra y trabajarlo más durante seis meses, porque hay una fecha para entregar y un deseo de hacer y compartir.

Entonces la primera instancia es uno mismo. Hay después un compromiso con la historia, a partir del tema seleccionado. Se repite muchas veces la confrontación en cuanto a lo que en Cuba sigue siendo noticia. El cine cubano todavía tiene el rol que no cumple la prensa. Cuando el cine deje de hacer periodismo se ocupará del amor, del desamor, del odio y de esas cosas que son a mi juicio su tarea fundamental. Las cuestiones políticas se pueden incluir, pero están al fondo. Ningún gran drama se sustenta sobre la base del político de turno.

En esta Muestra lo atractivo es lo novedoso en la calidad de la información que da el relato y no el relato en sí mismo. Es el caso de varios documentales que se hermanan en el punto de que falta trabajo técnico y existe un cierto espíritu apresurado a la hora tanto de narrar como de darle el acabado. No me gusta pensar el cine alejado del viaje estético que hay también en toda película, que inevitablemente propone un crecimiento. Cuando se edita un material, cortar dos cuadros antes o después no cambia el relato, pero cambia la totalidad estética del orden de las cosas.

Una película es un mundo, aunque extraño, donde todo es equidistante. Y eso falta en las propuestas. Falta por no ser buscado, por inocencia y también por inexperiencia. Un cineasta obtiene un espejo de sí mismo sobre todo cuando empieza a repetirse y a ver en qué sigue insistiendo. La Muestra quizás es lo que va delante de eso, y por eso me gusta tanto.

En este concurso hay muchos gestos. Uno detecta que hay un buen ojo, un buen oído, alguien que se puede interesar por hacer más profundo un tema. La mayoría son buenos proyectos, aunque a lo mejor no son buenas películas en su terminación. Es como si vieras un buen teaser para luego ir y hacerlo real. Creo que lo más importante es que se cumpla el ciclo donde a alguien se le ocurre algo, ejecuta ese algo, después lo exhibe y viene la retroalimentación de un público y una crítica.

En cuanto al qué y cómo narra el cine joven es muy difícil saber, porque habría que analizar casos y tendencias particulares. Hay proyectos que tienden más hacia una revisión de la historia cubana, eso es lo interesante de ellos, pero la pregunta quizás no va hacia lo estético todavía, pues están copiando cánones televisivos u otros. Luego hay una tendencia más visual, que descansa más en la pequeña historia, algo que también ha sido muy visto. Lo que quizás no ha sido aún muy visto es el paisaje cubano representado de esa manera, con un juego nuevo hacia lo estético. Tal vez en algún momento lleguemos a tener las dos cosas juntas: una profundidad en la investigación comprometida con lo cubano, y una limpieza y rigor estético, profundos también. Ojalá. Por ahora, creo que es positivo tener las dos y que confluyan y habiten en el mismo espacio, más allá de los premios que son subjetivos y no definen casi nada.

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Se percibe una recurrencia en algunos materiales en concurso a usar personajes cuyo conflicto es la dualidad entre hacer arte y vivir de otra cosa.

No es el artista solamente, es todo el mundo. Es tu realización versus la vida cotidiana, nuestra mediocridad existencial, el día a día, todo lo que nos abruma y no queremos hacer. Insisto, en el momento en que las personas abran un periódico y esté lleno de esas historias, los cineastas no van a hacer eso. Se ocuparán de otras cosas, no solo de dar la noticia de que un hombre para hacer su teatro tiene que vender pizzas. Ese es nuestro panorama inicial, pero ¿qué hay más allá de eso? ¿Cómo él puede superarse a sí mismo y saltar esas dificultades para lograr lo que quiere? Eso es universal. El cine cubano más contemporáneo –léase los nuevos realizadores– es el que está haciendo visibles nuestras historias cotidianas, y por eso es atractivo. Esa es quizás su primera virtud. El cineasta cubano contemporáneo es como un juglar, le toca ese rol.

¿Cómo lo has hecho tú?

Tratando de huir un poco de eso. A lo mejor si uno fuese más astuto y quisiera triunfar aquí, sabes que poniendo esas cosas serías explosivo y mirado. Pero mi compromiso primero es quizás con la decisión de retratar algo. Yo parto de que no se trata de mí, sino de la otra persona.

El ejercicio es intentar que tus circunstancias no protagonicen el relato, sino tu arquitectura mental, tu forma psicológica de escapar o de meterte en el problema, tu forma de desentrañar las cosas. Siento que el mundo que habitas es el que te tocó en suerte, no es algo que elegiste. Entonces, contando las circunstancias íntimas en que vives también cuentas el contexto, y este se vuelve más rico, porque no está delante, es el paisaje que está de fondo.

Pero has como que migrado a la ficción…

Sí, porque en Cuba hay una mala costumbre de ver un género en detrimento de otro. La gente ve el documental como un camino a la ficción. Para mí eso es un error. El documental es un fin en sí mismo y la ficción también. Quizás cuando uno comienza el documental suele ser más amable, porque posee una bondad: si tienes un buen ojo y supiste elegir bien a tu sujeto, aunque metas la pata y lo hagas muy mal, ese documental será rescatable porque hay un personaje importante a pesar de ti. La ficción no tiene eso. Una mala ficción no sirve para nada, probablemente.

Ojalá yo pueda seguir mis historias expresadas desde la ficción como una continuación del documental. No voy a dejar de hacer documental. Hay historias que a mi juicio son muy difíciles de contar desde el documental por cuestiones éticas y morales. Y hay relatos que para la ficción son más agradables, donde puedes jugar con el simbolismo y la creación. El tiempo narrativo es tuyo.

Te he escuchado decir que no ves a Landrián en esta Muestra.

Está más muerto que nunca. No lo veo por ninguna parte. Yo me enteré hace poco de que la mayor parte de los positivos y negativos de Guillén Landrián se había deteriorado por problemas de mala conservación. Para mí es como si hubiéramos perdido todos los cuadros de Wifredo Lam o la papelería de José Lezama Lima. Estamos hablando del documentalista cubano más importante del siglo XX y de todos los siglos cubanos, y de pronto lo que queda es lo que admirablemente pudo transferir Luciano Castillo en la Escuela de Cine. Me parece inconcebible que nos hayamos enterado de que a Landrián hay que verlo en DVD porque no existen otras copias. Yo creo que esa es una realidad tristísima y que habla muy mal de los celadores de la cultura cubana.

En cuanto a su influencia, considero que en algún momento se puso de moda. Y siento que su espíritu vanguardista, de contradicción, de sostener una mirada personal sobre un discurso político sobre su realidad, fue más celebrado que la profundidad de su obra en sí misma. Pero es difícil encontrarlo asimilado, incluso en las obras que le rinden homenaje, que supuestamente nacen de Landrián. Sin querer sublimarlo como se suele hacer con los muertos, él logró un retrato de Cuba bien misterioso. Ese retrato, además, nacía de un orden asincrónico entre sonido e imagen, que no existe ya. A él le tocó una época muy interesante, donde el aparato de grabar sonido y la cámara estaban separados. Guillén Landrián está lleno de un juego semántico entre lo que se oye y lo que se ve. ¿Tú ves eso en el cine contemporáneo cubano? ¿Tú ves un juego simbólico, un montaje de asociaciones en el cine cubano? ¿Tú ves experimento en el cine contemporáneo cubano? Estéticamente no está, aunque tal vez sí su espíritu contestatario. Digamos que este fue el Landrián que nos gustó entre todos los posibles.

En ese panorama uno se inserta y piensa que si la obra de Guillén Landrián no se preserva, uno tiene que ocuparse de sí mismo. Y comienza un sálvese quien pueda. Así, qué generación se va a formar. Qué generación o movimiento va a haber, si un movimiento, aunque sea para negar, necesita una tradición, mirar hacia atrás para poder mirar hacia adelante.

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Por último, ¿puedes hacerle un diagnóstico al cine joven?

No hay diagnóstico general. Habrá uno para cada quien. Cada grano de arena hace la playa, y si cada granito es negro, la arena es negra. No se trata de la playa en tanto playa, sino de una cosa microscópica. Creo que la mejor respuesta la tendrá quien pueda legalizar las productoras independientes, hacer un fondo de cine y propiciar que una buena parte de los mejores cineastas cubanos hagan obras cada dos años sin morir en el intento. Yo soy un granito más en esa playa, abatido por el mar.

Tomado de: Bisiesto, No. 8, Boletín de la Muestra de Jóvenes Realizadores

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