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El 4 de mayo de 2013 se realizó un primer encuentro de cineastas para, de forma no tutelada, participar con propuestas concretas en el rediseño del perfil institucional del Instituto Cubano del Arte e Industria Cinematográficos (ICAIC)  y de las lógicas de producción audiovisual en el nuevo contexto tecnológico y económico en Cuba hoy.

Para entonces, una comisión interministerial venía trabajando puertas adentro y sin haber propiciado una consulta amplia con miembros de la comunidad de cineastas en Cuba. Aquel primer sábado de encuentros, que sería la semilla de muchas otras “asambleas de cineastas”, inauguró un extraordinario –por poco frecuente— proceso de debate autogestionado que constituyó sin dudas un acto de rebeldía, aunque no de ruptura.

Uno de los gestores que ha liderado, si se puede decir, este camino alternativo para pensar el ajuste sectorial, es uno de los más grandes cineastas cubanos de toda la historia, y acaso el principal director de la cinematografía cubana actual: Fernando Pérez, a quien obras como Clandestinos, Madagascar, La vida es silbar, Suite Habana, Madrigal, o El ojo del canario lo avalan sobradamente.

Al cabo de doce meses, con una propuesta concreta conformada y a la espera de respuestas de los decisores, Fernando Pérez comparte sus impresiones del proceso y las proyecciones que tiene este en la nación cubana de hoy. Y hasta en la de pasado mañana.

Mónica Rivero: Apenas un par de semanas después del Congreso de la UNEAC, ¿qué piensa acerca de lo discutido allí sobre el proceso que vive el cine cubano?

Fernando Pérez: Me ha llegado información por distintos participantes en el Congreso, no solo cineastas. Yo siempre lo que he tratado de decir es: “Está bien, esa es la anécdota”. Pero ¿la almendra de la discusión cuál fue? Porque esta es una discusión de pensamiento, no de anecdotario. Yo estoy seguro de que todo lo que dijeron Rebeca Chávez y Arturo Arango es nuestro pensamiento.

Sí me sorprenden muchas cosas que vinieron de parte de personas que siempre han merecido la confianza de uno, por tener una visión abierta. Mi derivación subjetiva –porque no participé– es que hay un malentendido total por parte de esas instancias, que llegan hasta no sé qué nivel de la dirección del país. Y que está marcado por el prejuicio, porque lo que estamos planteando los cineastas –y de eso yo sí estoy seguro– es el camino. Tenemos el conocimiento, la experiencia y estamos partiendo del fenómeno que la vida nos da.

Nosotros no estamos metiendo la vida dentro de un concepto; estamos tratando de que nuestras leyes y nuestro movimiento audiovisual cubano vayan por el camino construido, por el cauce que ese río está determinando. Y no ponerlo en un cauce más chiquitico o desviado o con un afluente, o ponerle una represa que lo que va a hacer es que estalle en algún momento.

Algo está claro para mí: hay prejuicio contra esto, y desinformación. Pero yo no creo en congresos. Lo digo con la tranquilidad más grande del mundo. Los congresos se miden por sus resultados. ¿Y cuáles son? ¿Dónde están? Porque en el otro Congreso de la UNEAC también empezaron a plantearse esas cuestiones y nada pasó. Todo sigue igual. Entonces son catarsis. Es verdad… , la gente habla, pero después la implementación…

Para mí lo importante es la asamblea permanente que los cineastas hemos tratado de mantener –y vamos a mantener– como espacio de expresión de nuestras ideas y necesidades, como espacio –y que no haya miedo a la palabra– alternativo, porque se ha demostrado también que los tradicionales establecidos son retardatarios, lentos, prejuiciados, burocráticos y están desacreditados. Yo creo en esa asamblea permanente como alternativa a esa morosidad y que respeta la pluralidad, porque no somos un movimiento homogéneo, no. Pero esa pluralidad, esa diversidad que se expresa coherentemente, tiene que ser atendida.

Pienso que esos son los principios que nos mueven hoy. Y que nos van a seguir moviendo.

El 4 de mayo de 2013 se dio el fenómeno de que por primera vez cineastas del ICAIC, cineastas establecidos y jóvenes de todas las generaciones confluimos en un mismo espacio. Hasta ese día todo estaba fragmentado y en cubículos estancos, cerrados. Nos conocíamos todos, pero nada más. Y de pronto por primera vez jóvenes que nunca habían puesto un pie ahí pudieron ir al Ministerio de Cultura a discutir  y pudieron ir a la UNEAC.  Y están ahí y han logrado expresar sus ideas. Entonces eso para mí es algo muy valioso que hay que mantener.

Muchos funcionarios vieron por primera vez los rostros de los jóvenes, que ignoraban. Hablaban de los jóvenes, pero en abstracto. No sabían ni qué señas tenían, si tenían el pelo largo o usaban arete.

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MR: ¿Cómo valora lo sucedido en el último año en este proceso?

FP: Ha sido una lucha por mantener el espacio de la asamblea. Mientras eso se mantenga, para mí el proceso es positivo. Hemos tenido momentos de dudas, de incertidumbre por los caminos a seguir, porque a partir de un momento sentimos la posibilidad de que el resultado de la asamblea permanente se diluyera al entrar en discusiones de otras comisiones establecidas y que ese trabajo en común fuera a restarnos un poco de independencia y fuéramos absorbidos nuevamente por la maquinaria de lo establecido.

Creo que no ha sido así, si bien hubo momentos de contracción. Ha habido –pienso yo– por la parte del nuevo ICAIC, de Samada, de Roberto Smith [presidente del ICAIC], una participación bastante fluida. No creo que sea así a partir de otras instancias. Ya cuando vamos para el Ministerio de Cultura y de ahí para arriba hay todavía barreras que saltar. Ahí el diálogo no fluye tanto como ya comenzó a ser con el ICAIC, fundamentalmente con estos dos representantes.

Y nosotros hemos concluido, incluso en comunión con el ICAIC, una propuesta muy clara. Lo que estamos planteando ahora es que tenemos que comenzar a trabajar sobre el proyecto de una Ley de cine, porque estos pasos que ya están propuestos y bien pensados y elaborados no pueden quedarse como algo provisional: todo eso forma parte de un horizonte mayor que es cómo establecer las bases del audiovisual cubano. Bases sólidas, bases que sean de una renovación bien estudiada; no empezar a hacer pequeñas cosas sin saber hacia dónde vamos. Eso es lo que determina la Ley de cine.

Es importante porque va a regular –no a controlar– el desarrollo y el movimiento del audiovisual cubano, que en este momento lo necesita. Nosotros no queremos el libertinaje, lo que queremos es una regulación determinada por una ley de nuestro país. Y se ha estudiado. En diciembre se convocó por el Festival del Nuevo Cine Latinoamericano un seminario donde más de ocho países de América Latina vinieron y expusieron cómo habían elaborado su ley de cine. Hemos bebido de esas experiencias para hacer la cubana de acuerdo con nuestra realidad.

Hemos avanzado también en esa elaboración. Queremos participar en eso, porque  los cineastas tenemos el conocimiento. No lo van a tener los funcionarios, entonces que nos escuchen. Queremos trabajar, queremos quitarles trabajo a ellos. Porque yo me pregunto: ¿quién está atendiendo el cine en otras instancias por encima del ICAIC? ¿A quién, a dónde nos dirigimos? ¿Cuáles son los funcionarios de la cultura que atienden el cine? No sé quiénes son. No están identificados. Y necesitamos rostros, porque nosotros tenemos un rostro.

Esos son los cuestionamientos que tenemos ahora. Lo que ocurrió en el Congreso de la UNEAC para mí no es un acontecimiento que paralice, no es un evento que haya destruido o neutralizado lo que estábamos haciendo. Lo llevó a una discusión álgida y crítica, pero no era el congreso nuestro objetivo. Queríamos que, ya que es el congreso de cultura, apoyara, conociera, ¿no lo hizo como esperábamos? No importa, no es lo que vale al final: lo que va a determinar es la asamblea. Y seguiremos discutiendo a los niveles que haya que discutir.

MR: Pero la ley de cine es un reclamo antiguo…

FP: Aquí todo tiene muchos años. Estas peticiones no son nuevas. La posibilidad de que se regulen dentro del país muchos mecanismos y leyes, decretos, que comprendan y asimilen un poco la atipicidad de la industria cinematográfica, es un reclamo desde la época de Alfredo Guevara. Venimos planteándolo y planteándolo y nada.

La atipicidad rompe con todo, entonces no admiten la atipicidad. Todo tiene que ser por el carril, el carril, el carril… El cine es arte y es industria. Entonces hay decretos ley que se adaptan y son funcionales a realidades propias de otros sectores, cuando el cine ya abarca muchos sectores.

Hay normas para contrataciones, pagos, etc., que no se ajustan a las necesidades diversas de cada película y eso tienen que entenderlo. Se retrasan los procesos, se hacen más costosos en una industria que ya está depauperada, que no tiene financiamiento.

Para nosotros lo más importante es defender la idea de la excepción cultural. Si queremos tener una industria cinematográfica no podemos medir sus resultados por su nivel de rentabilidad. Hay que luchar por que sea rentable, sí; pero hay otro plus, otra riqueza que no se contabiliza así.

Si se mide solamente por esos parámetros y esos raseros, el audiovisual cubano se va a deprimir y va a hacer un daño del que solo con el tiempo se tendrá conciencia. Y es un riesgo.

Tampoco es que estemos reclamando subvenciones que dilapiden o depriman otras necesidades que el país tiene. Pero sí es un equilibrio que se debe tener muy en cuenta, y no solo para el cine, estoy pensando también en otras expresiones, en la cultura artística en general. Es una necesidad si queremos tener una nación. Si lo que queremos tener es una economía… bueno, la tendremos. Pero una nación solamente existe donde haya un movimiento cultural intenso, fuerte; donde el pensamiento y el espíritu esté expresado a través de las obras artísticas de una manera contradictoria, conflictiva, compleja… Porque no aspiramos a un cine de propaganda, a un cine modélico ni didáctico: aspiramos a un cine que participe, complejice, provoque la discusión y el pensamiento.

MR: Si desde hace tanto tiempo es una necesidad regular el audiovisual, ¿qué circunstancias del presente movieron esta actividad?

FP: Porque la vida va evolucionando por etapas. Hoy las maneras de expresar esos reclamos no es la misma que en los años 60, 70, 80 ni 90… Al fin llegó el momento de que se expresara de esta manera, porque hasta principios de este siglo el ICAIC realmente era el organismo que representaba al cine nacional.

Hoy ya no es así, sigue estando en el centro pero se ha diversificado y ese fenómeno es el que ha provocado que esta reunión tenga que hacerse de esa manera: independiente y fuera del ICAIC. El ICAIC podría haberlo propuesto, convocar a los de cine independiente y a los demás. Pero no lo hizo, se le fue de las manos y siguió ahí sin reconocerlo o reconociéndolo a veces sí, pero casi siempre no. Las fronteras no están claras ni los propósitos.

La Muestra de cine Joven era un espacio para eso, para acoger al cine independiente y lo sigue siendo. Pudo ser un espacio de convocatoria para discutir ideas, pero no se promovió. Y la vida determinó que fuera de esta manera, que creo que es la natural y orgánica.

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MR: ¿Cuál era la postura de Alfredo Guevara en torno a esto?

FP: No puedo afirmarlo, pero Alfredo en su última etapa siempre mantuvo un curso de transformación del ICAIC que él había creado, lo dijo así. Se recoge en un libro de reciente publicación su opinión expresa, donde se refiere a su obsolescencia.

No pretendemos que pierda su papel de organismo rector. Tiene que haberlo, en todos los países hay un instituto de cine. Pero tiene que desempeñar ese papel en función del presente y no desde perspectivas limitadas ya pasadas, vencidas, ya inorgánicas; sin reconocer lo que hay fuera de sus paredes.

Lo que estamos planteando es la colaboración,  no dos formas de producción aisladas, sino una coexistencia positiva y productiva donde se complementen. Tiene que haber una producción industrial y una producción independiente. Pero ahora no se reconoce.

La película que acabo de hacer la hice independiente del ICAIC, no contra el ICAIC. Quería demostrar también que sí hay que probar eso. Pero la próxima la puedo hacer con el ICAIC, no es una contraposición ni creo que los jóvenes estén contra el ICAIC, en lo absoluto. Algunos de ellos querrían seguramente hacer una película con el ICAIC, pero con un ICAIC más dinámico.

Ahora tiene expresiones de burocracia, indolencia, rutina, crecimiento de plantilla, desmotivación, desorientación, enajenación… Todos esos son fenómenos que ha ido padeciendo en sus últimas etapas. No por desidia de dirigentes, pienso que han sido un conjunto de factores, porque muchas de las soluciones no han estado a la mano del ICAIC. Conozco muchos dirigentes que se han esforzado por encontrar soluciones, pero no han podido porque hay normas que rigen para el país que limitan, desde el Ministerio de Cultura para abajo.

Una de las cuestiones más negativas para el ICAIC fue pasar a ser una dependencia del Ministerio de Cultura. Inicialmente era un organismo autónomo y ahora tiene que pasar por esas estructuras. Es cada vez más estructura, más estructura… cuando lo que se necesita tener es libertad de movimiento. Se le tiene miedo a esas palabras. Los jóvenes necesitan libertad de movimiento. Cuando no la tienen se la buscan ellos mismos y hacen obra. Imagínate si la tuvieran, cuántas cosas se lograrían, florecerían otras muchas. Pero vamos siempre a un ritmo retardatario. Y no es que estemos buscando la improvisación, no, queremos ir dando pasos seguros, pero que lo sepa el Estado cubano, queremos explicarles qué es lo que queremos.

MR: ¿Es optimista en cuanto al desenlace de estas propuestas de flexibilización?

FP: A los 70 años mi experiencia me ha demostrado que el optimismo te puede conducir a falsas expectativas y el pesimismo a la inmovilidad. Por tanto no soy ni optimista ni pesimista. Trato de ser positivo, porque creo mucho en las energías y cuando uno pone esa energía generalmente logra vencer los conflictos más positivamente. Soy positivo. Creo, no dejo de creer. Siempre y cuando mantengamos la asamblea.

Es necesario un cambio de mentalidad y, siendo realista, no se da de un día para otro. Soy impaciente en ese sentido, pero sé que las cosas llevan su tiempo. No convierto esa impaciencia en desesperación.

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MR: Hace poco se supo que varios cineastas se quejaron de que el Ministerio del Interior era el organismo que estaba otorgando los permisos de filmación, por una especie de disposición desconocida, no identificada. Tengo entendido que ya se superó el problema. ¿Es así?

FP: Enviamos una carta a nombre de todos los cineastas a la máxima dirección del país, a Raúl Castro, con copia para el ICAIC, que nos representa. Hasta donde sé, hubo una reunión del presidente del ICAIC con las autoridades máximas del MININT. Parece que había sido un malentendido y que la perspectiva es que eso no se va a repetir.

Pienso que para que ese malentendido no exista más tiene que haber un cambio de mentalidad; porque estoy seguro de que en todo eso que ocurrió sigue estando un prejuicio contra determinado tipo de cine que se está haciendo. Películas que complejizan nuestra realidad y dan una mirada controvertida en algunos casos no son bien vistas.

Pienso que hay un sector de la dirección del país que ve prejuiciadamente el cine independiente, incluso el cine que ha hecho el ICAIC. Eso es algo que se ha expresado a lo largo de la existencia de nuestro cine. Y sigue ahí.

Creo –a riesgo de equivocarme, pero es mi opinión– que tras ese malentendido de los permisos de filmación y el MININT está esa mentalidad que hay que evitar.

Es inevitable –y eso debe conocerlo seguro la dirección del país– la expresión del espíritu de una época, de un momento. Lo que expresan esas películas hay que escucharlo y entender por qué existen, porque parten de una realidad. Es lo mismo que pasa con el reguetón. ¿Por qué existe el reguetón y cuáles son sus causas sociales? Por supuesto, hay mucho que a mí no me gusta, pero son un termómetro de lo que está pasando, ahí está el país profundo y eso hay que atenderlo, no atacarlo.  Un país profundo que no encontró otra zona de expresión y ese discurso va creciendo y está fuerte ahí y es auténtico. Escúchalo.

Es algo que pasa con el cine también y con las expresiones artísticas. No vires la cara, no lo niegues, porque va a existir de todas maneras. Trata de entenderlo.  Lo contrario es seguir pretendiendo un estado de meseta donde no pasa nada y siempre es igual.

Me pongo a pensar y recuerdo cuando aquí se abrió a teleSUR, hubo un mes de sorpresa, de deslumbramiento. ¿Por qué ese deslumbramiento? Por la ausencia. La gente tenía los ojos vendados. Y al final te vas dando cuenta de que de verdad se intenta ponerte una venda en los ojos. De pronto te la quitan y te deslumbras ante algo que es normal, que es como tendría que haber sido siempre.

Hay que verlo todo y que la gente juzgue, pero no que les pongan unas anteojeras, que es lo que está pasando desde hace mucho tiempo. Y mientras más ocurra, más fuerte va a ser la eclosión.

Los “paquetes”, la ansiedad por tratar de seguir y ver cosas no es más que la manifestación de un síndrome de abstinencia forzada, un hambre.

José Martí lo dijo: apenas nace el ser humano, ya están rodeando su cuna para ponerle una venda en los ojos la pasión de los padres, los sistemas políticos, las filosofías, las religiones… Es como los padres al hijo: “Tienes que ir por aquí”. Llega un momento en que la educación se convierte en una imposición y los sistemas políticos, las filosofías y las religiones se convierten en dogma, en doctrinas.

A mí una vez me preguntaron, después de que hice La vida es silbar, si yo creía en la Revolución. Sostengo lo que respondí entonces, que no se publicó: yo creo en la Revolución como la posibilidad de justicia, de crear un mundo mejor; pero no creo en la Revolución cuando se convierte en dogma, en anteojera, en burocracia…

MR: Como en Fresa y Chocolate, “la parte de la Revolución que no es la Revolución…”

FP: Así es. Yo no creo en eso, por qué tengo que creer. Es una cosa terrible y a veces ni nos damos cuenta, porque nos vamos condicionando. Si se habla de la batalla de las ideas, es la batalla de las ideas, pero las ideas triunfan cuando chocan con algo. No hay que temer a la discusión.

Con el tiempo he reflexionado esto: yo sigo creyendo en las ideas, pero no en las ideologías, porque las ideologías se convierten en doctrinas que tienes que cumplir con un pensamiento preestablecido y no otro.

Ese es el pensamiento revolucionario, lo otro es pensamiento doctrinario.

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