Sergio & Serguéi

El extraordinario blog «Cine Cubano: la pupila insomne», que lleva sobre sus hombros el escritor, ensayista, crítico de cine y promotor cultural camagüeyano Juan Antonio García Borrero, colaborador fiel de ELCINEESCORTAR, ha propiciado un nuevo debate cultural que, bajo el pretexto del filme cubano-español «Sergio & Serguéi» de Ernesto Daranas, ha abierto exclusas para liberar raudales de juicios asociados al papel que debe jugar en estos tiempos -y a las formas sobre el ejercicio del criterio- de la crítica cinematográfica que se practica en Cuba.

Fotos para el dossier tomadas del sitio web del filme «Sergio & Serguéi»

Es un debate necesario y agudo, por revelador del estado casi soporífero, anquilosado en esquemas de análisis superados por el tiempo y la realidad, «naive» en la deconstrucción argumental o estilística, o muchas veces complaciente por inconcebibles ataduras de índole personal o ideológica hacia autores y obras que han conformado en los últimos años el universo fílmico de la isla; y que ha comprometido de manera notable ese redoblar de espadas afiladas de pensamiento confrontacional entre quienes deben defender la subjetividad de sus argumentaciones en el poliédrico universo de cualificaciones y calificaciones por estar aparentemente ungidos de la sapiencia propia de quienes deben dominar referentes, lenguajes, conceptos, términos y visión de conjunto de alcance temporal perdurable.

Hace tres años reflexionábamos alarmados sobre este tema en estas mismas páginas:

«Seamos honestos: mucha de la obra fílmica que se está generando adolece de contundencia artística, excepto contadísimas excepciones. Quien no quiera ver, que no vea: la calidad del cine cubano –el del ICAIC y el no-ICAIC– ha bajado en este siglo en picada. Lo peor de todo es que se ha potenciado, premiado, y reflejado a bombo y platillo –y en esto la crítica y los medios de prensa cubanos e internacionales tienen alta responsabilidad- “filmes” de dudosa y hasta pedestre calidad, con todas las costuras de los materiales de cineclub de aficionados o de práctica para una escuela de cine, o sin valor merecido. Muchos de ellos carentes de una dramaturgia sólida y un montaje coherente, unificador y potenciador de sus historias, repletos de saltos de eje y rupturas en la continuidad, con interpretaciones deficientes por inexperiencia o incapacidad para la dirección de actores, y una puesta en cámara y en escena más propia del estilo televisivo que el cinematográfico.»

«La carencia de una crítica responsable solo genera falta de crecimiento espiritual y profesional en los futuros cineastas y, por desgracia, dioses falsos. Y un público con un techo de apreciación y exigencia muy bajo.»

El debate que nuevamente ha florecido, y que seguramente continuará desde el blog del amigo Juan Antonio o desde este sitio, nos ha devuelto el alma al cuerpo, porque ha vuelto a brotar la diversidad (no solo estilística), sino también los desencuentros ideológicos, las rupturas emocionales, los disensos amistosos -o no- y hasta cáusticos entre enjuiciadores de cine.

Pero, sobre todo, y lo más saludable, el análisis desde argumentaciones sustentadas en las sutilezas y especificidades del lenguaje fílmico, en la valoración consciente de sus especialidades afines y contributivas, en su historia macro y micro, y en dejar a un lado el regodeo narcisista de la escritura rebuscada que no comunica ni se entiende más que consigo misma o con el selecto club de  elegidos en el dominio de la prosa desenfrenada y muchas veces vacía de sustento emocional.

Hay que reconocer que en algunos de estos cuatro artículos se nota un lastre en el dominio de la gramática, en las variaciones lingüísticas para no repetir una y otra vez de la misma manera un concepto o una tesis, como debería ser en alguien que se dispone a utilizar las herramientas del lenguaje escrito para sustentar valores, así como de una prosa fluida y un dominio certero de la sintaxis para expresar con claridad y coherentemente sus argumentaciones.

Así y todo, bienvenido entonces –¡aleluya!- el sano debate, sea diplomático o acalorado, sosegado o impulsivo, pero esencialmente respetuoso, que comenzamos a compartir con nuestros lectores:

Sergio & Serguéi poster

Cuba en 3D: Sergio, Serguéi y yo

Por Juan Antonio García Borrero, en su blog «Cine Cubano: la pupila insomne», 02/02/2018

Parecía que, como en sus mejores tiempos, el blog iba a convertirse en plataforma pública para el debate de su cine, a propósito del filme «Sergio y Serguéi» (2017) de Ernesto Daranas.

Primero fue la crítica Un pasado que todavía es presente, de Jorge Luis Lanza Caride, y luego la réplica de lleana Margarita Rodríguez Martínez (Un pasado que infelizmente regresa), acompañada de una síntesis de lo escrito por Rolando Leyva Caballero (Sergio y Serguéi. Lo malo de irse a bolina) para la revista Cine Cubano.

Como casi siempre sucede en el caso de nuestro cine, las películas objeto de exámenes críticos pasan rápidamente a un segundo plano, convirtiéndose en los pretextos perfectos que permiten articular demandas más generales. De allí que podamos asistir con absoluta naturalidad a la desmesura de exigirle a un cineasta lo mismo o más de lo que deberíamos demandarle a los políticos en aquellos escenarios donde únicamente se pueden cambiar, para bien, las cosas: es decir, allí donde se hacen las leyes que podrían garantizar la existencia de un mejor cine (aunque mejor decir: una mejor manera de vivir).

Pero esto solo pasa en la Cuba del siglo XXI. El Estado cubano aún cree que puede controlar la producción y el consumo del audiovisual como lo hacía en el siglo XX, y una parte de la crítica de cine se hace eco de ese espejismo, reclamándole a los realizadores un papel de Mesías que apenas es efectivo en los escritos que se circulan entre sí estos expertos. A mí eso me recuerda buena parte de aquellas demandas de cine pedagógico que se impulsaran durante el Primer Encuentro de Educación y Cultura celebrado en 1971. Y mientras tanto, “los públicos reales” van haciendo suyas las películas que más les gustan, construyendo sus propias comunidades informales, estableciendo alianzas que fortalecen sus autonomías de grupo.

O sea, que si vamos a utilizar a las películas cubanas como pretexto para quejarnos de un orden general de cosas, yo preferiría que nos metiésemos en las honduras, esas en las que una simple película no define nada, porque forma parte de una estructura mayor. Pero en ese caso tendríamos que dejar a un lado nuestra filia o fobia por un filme puntual, para indagar en lo general, que incluye hasta la fiscalización de la mirada crítica.

Como críticos podemos tener nuestra opinión sobre los filmes, a favor o en contra, lo cual es legítimo. Yo debo confesar que de los tres largometrajes de Daranas (los otros son «Los dioses rotos» y «Conducta»), este es el que menos me entusiasma. Pero al mismo tiempo, durante la proyección, en varias ocasiones me sorprendí emocionándome con determinados pasajes. Y sé que esto no tiene que ver con la calidad del filme en sí, sino con mis vivencias más íntimas, es decir, con lo experimentado en aquellos años noventa que, pese al tiempo transcurrido, jamás he podido borrar de mis recuerdos.

Será que, a estas alturas, ya no me siento motivado a convertir en fetiche la opinión que se pueda tener de un filme. Me interesa más bien indagar en los vínculos que el mismo establece con su época, y la manera en que dialoga no solo con su presente, sino con ese pasado que constantemente ajustamos a nuestro campo visual con el fin de proyectarnos al futuro.

¿Qué hay de negativo en que una película asuma el tono festivo para referirse a un período trágico? Esa es la interrogante que no logro responder cuando leo el artículo de lleana Margarita Rodríguez.

¿Por qué Ernesto Daranas, como autor, no puede proponerse el tono que él entienda?. ¿Por qué los críticos insistimos en la manía de exigirles a los realizadores que hagan la película que nosotros esperamos ver, en vez de dedicarnos a examinar lo que salió sin los prejuicios de quien ya conoce las reglas y premia o castiga de acuerdo al cumplimiento de las mismas?. ¿De dónde sacan los críticos la idea de que la honestidad intelectual tiene que ver con la adecuación a lo que, como individuos, pensamos de determinados asuntos?

De allí que estas líneas con las que concluye Rolando Leyva su artículo me parezca un buen ejemplo de lo que otras veces he llamado la soberbia intelectual de nuestro ejercicio crítico:

Por demás, «Sergio & Serguéi», en tanto comedia y divertimento, insiste para mal en proveer de una bocanada de aire fresco a la cinematográfica cubana oficial, desbordada por las producciones independientes, más arriesgadas y honestas”.

¿Ven lo que decía al principio? No es a «S & S» a la que se le está pasando factura, sino a esa institución desbordada, según el autor, por producciones donde la honestidad y el riesgo sería la característica principal. ¿De verdad que la simple independencia institucional nos da garantías de rigor y honestidad?

Pero, por otro lado, ¿quién decide los parámetros del rigor y la honestidad?, ¿es «S & S» una película chapucera a lo Juan Orol? Y sobre su supuesta falta de honestidad, ¿dónde está esa manipulación de la realidad pretérita que nos obligaría a rechazarla en términos éticos por tratarse de un panfleto burdo o algo así?

Supongo que yo también esté hablando desde lo que el balcón de mi subjetividad me ha permitido ver. Mientras mis colegas solo han encontrado en el filme choteo insípido, yo he podido ver una manera inédita de aproximarse, mediante el enfoque transnacional, a lo que en aquel momento padecimos.

Al igual que el Sergio de «Memorias del subdesarrollo» (1968), de Tomás Gutiérrez Alea, el Sergio que ahora nos presenta Ernesto Daranas vive impactado con la gran Historia. Ambos son intelectuales (el primero escritor, el segundo profesor de Filosofía marxista) que tienen conciencia de ese Tiempo bisagra en que les ha tocado vivir: un Tiempo que cierra una época y abre de modo radical otra muy diferente.

El Sergio del 68 apela al cinismo, al sarcasmo que le permite quitarle presión a su nueva situación; en el Sergio de los noventa (que en realidad, puede ser el Sergio de ahora mismo) lo que predomina es el desconcierto. Aquel Sergio del 68 todavía funciona como el paradigma del Hombre Burgués que se veía a sí mismo como el espejo de lo que podía estar pasando en la nación: era el individuo racional expulsado de la Historia por unas masas que a fuerza de voluntad se rebelaban contra el “orden natural” (orden impuesto por la clase dominante, desde luego); el Sergio de ahora sería el Hombre Nuevo soñado en los sesenta revolucionario: negro, amante de la justicia social, entregado al mejoramiento del mundo que le rodea y muy convencido del sentido unidireccional de esa Historia a la que había decidido entregar todas sus fuerzas e ideales.

La película donde vive el Sergio del 68 está considerada un clásico de la cinematografía nacional: por lo que dice y por la manera renovadora en que lo dice. Por eso siguen saliendo libros y ensayos que se dedican a explorar de manera microscópica esos resortes, a veces invisibles, que permiten que la cinta aún siga viva, pese al tiempo transcurrido.

La de Daranas, en cambio, prefiere la levedad en el decir. Allí donde nosotros estamos pidiendo el regreso a la solemnidad (porque tal parece que el humor no se presta para decir cosas serias), el director opta por la trompetilla, el esperpento, cuyo alcance no deja a salvo, por cierto, a esa retórica académica en la que a veces pueden brillar los conceptos más ilustres divorciados de la realidad en que vivimos la mayoría de los humanos.

Hay muchas maneras de uno querer que el cine cubano ocupe el lugar que se merece. Yo también pienso que una Ley de Cine pudiera ayudar a regular, para su bien, la producción, exhibición y discusión colectiva. Pero de allí a considerar que los problemas de la cinematografía cubana se pueden arreglar con el click mágico de un papel que convierte a los osados “independientes” (¿independientes de qué?) en los representantes de nuestro más auténtico audiovisual, va un larguísimo trecho.

Desde mi modestísimo punto de vista, lo que deberíamos fomentar es un espacio donde la creatividad sea lo más importante. Pero aquí no habría que confundir la experimentación más explícita con creatividad. También se puede ser creativo y renovador moviéndonos en zonas aparentemente trilladas: a no ser que se trate de un absoluto disparate, siempre encontraremos algún detalle que nos ayude a construir esa figura mayor de la cual formamos parte, aunque no conozcamos a todos o todos no nos conozcan.

Pensemos en la imagen del “período especial” en el cine cubano. Para mí la imagen perfecta de ese eufemismo, efectivamente, es la lograda por Fernando Pérez en «Madagascar» (1993), sobre todo en aquella secuencia emblemática de los ciclistas adentrándose en ralenti al túnel. Y es perfecta porque nos permite entender que el vía crucis por ese túnel no ha terminado, y, más importante aún, que no todo el mundo está saliendo al mismo tiempo a la luz que podría esperarnos en el otro extremo: hay muchos que se han quedado varado en su interior, pedaleando sin poder avanzar un metro, como si se tratara de una versión tropical del castigo de Sísifo.

Lo que «S & S» nos propone ahora no es la banalización de esa tragedia, sino el recuento de las muchas raíces y secuelas que nos dejara la crisis, y que no fueron solo económicas, sino sobre todo cívicas. Y lo hace apelando a la voz de los que todavía están dentro del túnel, como atrapados en un desconcierto que los zarandea a diario, sin saber qué les espera al otro extremo del subterráneo. Cuando desemboquen a la luz, si desembocan, ¿qué será lo primero que quede a la vista?, ¿acaso la imagen imponente de un rascacielos que otra vez les tapa el sol de la esperanza?

Pero es cuando miramos a «S & S» como parte de un conjunto de películas que se vienen encargando de rescatar críticamente las memorias de un pasado reciente («La obra del siglo», «El acompañante», «Santa y Andrés», por solo mencionar tres), que descubrimos nuevas posibilidades de lecturas.

Es allí donde como crítico siento que puedo dejar a un lado la lógica de la crítica judicial que enjuicia lo puntual, para intentar esa otra crítica que examina a los filmes como parte de algo mayor. Tal vez cuando «S & S» se estrene comercialmente sea hora de asumir ese tipo de debate, y salgan a la luz, sus mayores aciertos y defectos.

Sergio & Serguéi - Hector Noas

Sergio & Serguéi: lo malo de irse a bolina

Por Rolando Leyva Caballero, en «Cine Cubano: la pupila insomne», 01/29/2018

Con «Sergio & Serguéi», su director, Ernesto Daranas, desperdició la oportunidad de filmar un básico del cine para la posteridad inminente.

Quien apuntaba ser, por sus maneras, uno de los directores de audiovisuales más comprometidos y consecuentes con el ejercicio convencido del drama social y su vocación de servicio público a la comunidad, acaba de estrenar una película que apenas se complace en cruzar los dedos antes de seguir una trayectoria temática errada, que no lo llevará a ninguna parte, dejando escapar una posibilidad irrepetible: concebir una película que apostase fuerte por la rectificación de errores y la transparencia, que ayudara a explicar, para entender, si acaso resulta posible, como fue el difícil proceso de abandonar el útero utópico del socialismo real.

«Sergio & Serguéi» cuestiona, para no decir que traiciona, la lógica de crecimiento paulatino del discurso artístico, pero sobre todo político, de un director valiente, que en sus dos primeros filmes anunciaba lo que sería una carrera ascendente, crítica, mejor aún, concebida desde la industria nacional pero no por ello menos atrevida y autónoma, al abordar circunstancias, problemáticas sociales, temas tabúes que fueron habitualmente eludidos por la filmografía institucionalizada, con su facilidad venal para edulcorar o trivializar lo que es dramático o trágico. Es por ahora la disyuntiva estética y existencial que afecta a Ernesto Daranas, la de volver sobre sus primeros pasos para enmendarse a golpes de acierto.

«Sergio & Serguéi» acaba siendo un salto atrás, un repliegue o retroceso artístico inexplicable, que denuncia no ya la falta de oficio o de pericia narrativa, sino la pérdida repentina del instinto reactivo, al seguir el realizador una falsa pista argumental que lo llevó por el mal camino del cine cubano contemporáneo producido por el ICAIC, cada vez más artesanal, desfasado, estentóreo, improvisado, que en el intento estéril de sustituir importaciones, sin abrirle paso a los jóvenes realizadores, prefiere rodar historias asépticas, descafeinadas, inocuas, despojadas del rigor de la crítica social mientras simula que pone el dedo en la llaga pero siempre con un guante de látex para evitar el contagio.

Ernesto Daranas prefirió curarse en salud. Apostó por ser un soldado avisado, que no quiere morir en batalla. Se atrevió a dar un paso peligroso, sin permiso, para luego pedir perdón por el atrevimiento estético de filmar «Sergio & Serguéi», una película atascada entre dos mundos dignos de ser representados.

No es lúgubre ni pesimista hasta el hiperrealismo turbio de moda hace años, pero tampoco preciosista. Se remite a un pasado no tan reciente pero tampoco lo suficientemente remoto como para no haberlo aprendido por cabeza propia. El problema esencial de «Sergio & Serguéi» comienza justo cuando el argumento deja atrás su parte introductoria para llegar al punto en que debe decidir entre la comedia dramática, la parodia política o la sátira social, momento crucial en que definitivamente equivoca el rumbo y el largometraje continua a la deriva, dando tumbos, por pura inercia narrativa, de lo que debe llegar hasta el final del metraje porque así está previsto en el guión.

El problema es que quizás Ernesto Daranas intentó narrar, desde la actualidad, lo que aún debe esperar su momento, no el crecimiento sino la degeneración, sin madurez, hasta llegar a la putrefacción, de un arquetipo humano primigenio, importado y trasplantado por el realismo socialista cubano, el Hombre Nuevo, que por fin despierta o lo zarandean en sus convicciones y creencias políticas, desorientado y herido, hecho trizas por las circunstancias sociales cambiantes, que sus creadores y valederos ideológicos no supieron o quisieron pronosticar, que no le enseñaron a enfrentar ni superar sin caer abatido.

Quizás ahí se halla el gran tema escamoteado del filme de Ernesto Daranas, no en la amistad imperecedera pero inverosímil entre individuos provenientes de países antagónicos y en confrontación constante por la supremacía mundial, sino en la disolución súbita de un ensueño colectivo, de una utopía trasvasada, la pérdida de la inocencia ideológica y la subsistencia tras el despertar abrupto.

Quizás el principal problema de «Sergio & Serguéi» sea su ambigüedad genérica. Nada de catastrofismo aeroespacial ni apocalíptico. No es un drama histórico, psicológico ni social. El argumento no habla de una invasión alienígena en plan exterminio de la Humanidad. No hay misión de rescate en el espacio profundo. No es una intriga internacional ni un juego de espías, con la presencia chic de algún agente de la CIA o el MI6. Es, con algo de suerte, una comedia fallida, del absurdo, otra concatenación de sucesos insignificantes que se magnifican.

«Sergio & Serguéi» pudo llegar a ser una comedia dramática, aguda en su crítica, pero prefiere hacernos sonreír antes de proponernos pensar en lo que ocurrió.

Quizás lo anterior tenga que ver con la mala digestión del cine contemporáneo alemán y de buena parte de la filmografía de Europa del Este, proveniente de los países del antiguo bloque socialista, sobre todo Polonia y República Checa. «Sergio & Serguéi» quisiera pero no consigue, por hablar de dos ejemplos lúcidos, disponer de la gracia germánica de «Good bye Lenin», una película que habla de una sociedad casi perfecta, que debe ser artificialmente conservada en formol, en tanto experimento histórico de ingeniería social devenido pesadilla colectiva.

También le hubiese encantado acercarse, un tanto, a la aclamada y reveladora «La vida de los otros», una película de referencia que se acerca a una cuestión fundamental, que tiene que ver con la supuesta potestad estatal para vigilar a sus ciudadanos, sobre todo a los artistas, escritores e intelectuales inorgánicos, esa clase pensante que se resiste a que le impongan una ideología intolerante, incuestionable, simplemente unívoca.

Los espectros radiofónicos. Una amistad de onda corta.

Las casualidades de la vida. Sergio y Serguéi no solo se nombran igual en sus respectivas lenguas maternas, sino que comparten, imaginamos, mala suerte, idiolectos y desilusiones, en un momento de cisma histórico y declive final de una forma de organizar la sociedad y repartir la riqueza producida entre todos, que definitivamente no tenía en cuenta ciertos apetitos e intereses individuales, difíciles de conciliar con un programa político colectivista.

Daranas apuesta por dotar al largometraje de una matriz cómica que aligera el argumento hasta despojarlo, prudentemente, de todo su potencial incinerador. Para ello se apropia, sin pudor, de tres de las bazas conceptuales del policíaco cubano televisivo: el colaboracionismo, la delación y el espionaje sistemático, implementados en el dramatizado nacional durante décadas, con la finalidad implícita de potenciar el control social y la aparición de cierto delirio colectivo, paranoico, que responda a la lógica intencionada de prevención y persecución, tanto de los delitos más comunes como de la desobediencia civil organizada, a través del advertimiento e intimidación directa de la ciudadanía amedrentada, despojada del derecho a reclamar o resistirse.

La diferencia radica en que en «Sergio & Serguéi» no hay un crimen que dilucidar. Tampoco un culpable o responsable al que purificar tras incurrir en una falta. No hablamos siquiera de una organización o red criminal encubierta, secreta, que trabaja para un enemigo histórico e imperial, que acecha en cada persona que no se comporta de manera acorde a esos criterios ideológicos establecidos de antemano, que no precisan ser emplazados ni reformados nunca.

Ernesto Daranas ni siquiera puede alegar malas compañías en su largometraje. Su elenco de actores y actrices es de los mejores que se pueden contratar en Cuba en la actualidad. Un personaje protagónico en manos de un actor versátil, con la piel oscura, que en este caso no interpreta un delincuente o un esclavo, ni a un músico popular, es de por sí algo digno de alabar a la primera ocasión, sobre todo porque asume, de manera convincente y seria, el que debería ser el desafío más difícil de interpretar en una película que se remite a una coyuntura histórica que aún no ha sido estudiada en profundidad, latente en el imaginario colectivo cubano, socialista, como un momento de crisis y fractura irreversible, un antes y un después de consecuencias nefastas.

Su personaje, por si solo, ofrecía un mundo de posibilidades de representación. Es un profesor de filosofía marxista leninista, graduado en la URSS, que habla ruso e imparte clases en la Universidad de las Artes. Más que un despistado, acaba siendo un discapacitado fuera de lugar, limitado a la hora de entender que cambiaron las reglas del juego y que él resulta anacrónico y prescindible, una reliquia de la Guerra Fría que debe resetear sus convicciones políticas en aras de la supervivencia cotidiana. Es que el argumento de la película estaba en ese drama más personal que necesariamente político.

Pero el cine cubano no puede ser comedido y puntual. Necesita atiborrarse de personajes dóciles, etéreos, a ratos ingrávidos. No uno, sino dos. Por un lado, el cosmonauta soviético, que en algún momento queda atrapado en el limbo. Por el otro, un periodista de investigación, norteamericano, neoyorkino, judío, cuyos ancestros fueron exterminados por la furia de la represión bolchevique tras el triunfo de la Revolución de Octubre. Es un fiel creyente en la Teoría de la Conspiración, que aspira a develar, no los misterios oscuros del Universo, sino que la verdad está allá fuera, oculta por las agencias de seguridad del gobierno estadounidense, que amenazan con aniquilarlo si no guarda silencio.

De ahí la afinidad y el nexo cósmico que establecen, náufragos de un proceso, de un proyecto político viejo, que los abandona a su suerte, sin tirarles la toalla. La sintonía indirecta entre ellos deriva de la angustia, la desidia expectante y el miedo a ser prescindibles. Es la explicación metafísica para la rara conexión inalámbrica entre un radioaficionado de La Habana, un cosmonauta soviético y un judío neoyorkino, que logran coordinar la ayuda mutua sin que medien los puntos y rayas del código Morse.

Los tres son ciudadanos abusados o defenestrados por los sistemas políticos que deben representarlos, y que al margen de las diferencias ideológicas que los separan, anteponen la amistad pero, sobre todo, el valor de la vida humana.

Otros personajes afloran, quizás alambicados. No puede faltar la madre coraje, pragmática y religiosa, con ambos pies bien puestos en la tierra, dispuesta a lo que sea con tal de garantizar el pan. Tampoco el ingeniero naval autodidacta, que trabaja por cuenta propia, armando una flota de embarcaciones menores. También hay que nombrar a la artista dibujante, una enamoradiza iconoclasta y tránsfuga en potencia, que no solo se quiere evadir de la realidad sino del país. Finalmente, la pequeña de cabellera pasional, narradora y testigo de la historia, la voz inocente que recuenta los hechos desde una sensibilidad y perspicacia infantil que mantiene a salvo a los adultos, que acabarían respondiendo ante la ley por sus actos perniciosos para la estabilidad y la seguridad de la nación.

No se pueden dejar de mencionar los personajes, subrepticios y tenebrosos, del inframundo del espionaje y la inteligencia militar, incluso mucho más abajo todavía, en el humus putrefacto, como escalón último de la evolución humana, al delator diletante que goza de la certidumbre y el decoro de joder al prójimo, con tal de ganarse el reconocimiento de la jefatura y una medalla de hojalata.

Si atendemos al calibre artístico, al currículo y el talento del elenco en pleno, la película estaba a salvo del desastre. Disponer a discreción de Tomás Cao, pero sobre todo de Héctor Noas y Mario Guerra en un largometraje de ficción, sin aprovechar para ponerlos en un juego o trayectoria de colisión dramática, es uno de los grandes despilfarros de la película. El otro es descubrir a Yuliet Cruz en un personaje de cartón, hierático, que no aprovecha la onda expansiva de una actriz explosiva, dotada de una presencia y potencia en escena a la que no le sienta bien el retraimiento ni los papeles secundarios y anodinos.

Algo parecido tiene lugar con Mario Guerra y su personaje del vigilante volátil. Quizás sea hora ya de concederle, a él, algún protagónico digno de su talento.

Aprovechar su innegable capacidad cómica, más que demostrada y explotada, siempre en detrimento de su contundencia dramática, es hoy por hoy una de las decisiones más desacertadas, no de él en tanto actor, sino de los directores que insisten en convocarlo para hacernos reír pero nunca reflexionar ni sufrir. Su personaje, por demás secundario, electrocutado a voluntad, se va del aire sin dejar de ser una caricatura desvestida de todo indicio de peligrosidad social. El humor disuelve su naturaleza oportunista, represiva, de entrometido locuaz, de guardián de la integridad ideológica que anhela desesperado el espaldarazo gracias a su actitud combatiente y risible pero no por ello menos despreciable.

Aterrizaje forzoso. De vuelta a la cruda realidad.

«Sergio & Serguéi» es un filme que acaba dando demasiados viajes en círculos. Su recorrido narrativo, más elíptico que parabólico, lo lleva al punto de partida.

Analizando sus defectos y omisiones, a lugar, el saldo positivo radica en que sintomáticamente acentúa un cambio de registro argumental en la filmografía cubana contemporánea concebida desde la industria, que podría abocarse, sería genial, al descubrimiento de las muchas y traumáticas historias ocultas del pasado reciente de la nación, aún pendientes de ser filmadas.

Hablamos de un cine reivindicativo y revisionista, de ajustes de cuentas con el proceso político y social aún vigente, que potencialmente podría encontrar en el audiovisual un buen mecanismo de regeneración y retroalimentación artística, filosófica, ideológica, solo si se atreve a cambiar las reglas del juego recreativo.

Para ello tendrían que admitir las prácticas y teorías erróneas que aplicaron. Mientras ocurre el milagro anunciado algunas conclusiones dimanan del filme.

El monitoreo intensivo del espectro radiofónico fue una necesidad estratégica. La persecución implacable de los débiles y dubitativos, una política de estado. Dominar los secretos de las vidas de los otros, una táctica aberrante e invasiva.

Por demás, «Sergio & Serguéi», en tanto comedia y divertimento, insiste para mal en proveer de una bocanada de aire fresco a la cinematográfica cubana oficial, desbordada por las producciones independientes, más arriesgadas y honestas.

No basta con hacer una película. Antes de irnos a bolina y chocar con el techo, es preciso admitir lo evidente: La Habana, tenemos un problema.

Sergio & Serguéi - Tomas Cao

Un pasado que infelizmente regresa

Por lleana Margarita Rodríguez Martínez, en «Cine Cubano: la pupila insomne», 01/29/2018

Uno de los tópicos más controvertidos del 39 Festival Internacional del Nuevo Cine Latinoamericano lo fue, sin lugar a dudas, la pobre participación cubana en competencia. Entre los títulos más esperados estuvo «Sergio & Serguéi» del reconocido realizador Ernesto Daranas. Títulos como «Los dioses rotos» y «Conducta» lo avalan como un realizador de una mirada diferente sobre realidades complejas de nuestra contemporaneidad.

Largas fueron las colas de los espectadores ávidos por disfrutar de esta última entrega del realizador cubano. No obstante haber recibido el aplauso mayoritario del público asistente a la premier en el cine Yara el pasado diciembre, «Sergio & Serguéi» es una cinta irregular, menor en la filmografía de este talentoso realizador cubano.

La problemática de la caída del campo socialista (específicamente la URSS) y el período especial cubano a principios de los noventa devienen contextos para narrar la amistad de un profesor de marxismo Sergio, radioaficionado, y Serguéi Asimov, el último cosmonauta soviético perdido en el espacio que no logar comprender del todo su no regreso a la tierra por falta de combustible y, sobretodo, esa realidad otra que constituye la caída de su antigua URSS.

Esta sátira narrada en tercera persona por la hija del radioaficionado cubano será el hilo conductor de una serie de acontecimientos signados por el azar y la amistad de estos dos hombres. El cubano inmerso en una cruda lucha por la supervivencia y el cosmonauta soviético varado en el espacio y perdido en otra realidad aparentemente distante de la del cubano, pero cercanas por el absurdo de ambos contextos y marcados por las situaciones extremas que ambos viven.

Sergio nos habla de una realidad insuficiente, con sabor amargo (período especial) que intenta, desde los códigos de la comedia, del humor, empatizar con un espectador ávido de la risa fácil que pareciera que olvida, o intenta olvidar con esa carcajada interminable, su propio dolor y la herida aún sangrante de una época difícil de nuestra memoria histórica y personal.

Lo que parecía una historia profunda de reflexión y, sobre todo, que revisitaba un contexto histórico poco o nada narrado en el cine cubano, se nos convierte en más de lo mismo cuando su realizador escoge para narrar el tono del choteo o el costumbrismo para contarnos de los avatares del cubano, su supervivencia a como dé lugar y su amistad con el cosmonauta ruso, sobre todo sus conversaciones y lo absurdo que los une, por más que parezcan lejanos en contextos geográficos.

En contraposición al profesor radioaficionado están los represores, los personajes-dogmas que constituyen ellos mismos mera caricatura y, al final, el consabido esquema narrativo: buenos vs malos, sin una profundización desde el interior de los personajes, lo cual hace pobre el diseño de los mismos y, por ende, una historia que prometía narrar desde el dolor, desde la angustia y el inolvidable aislamiento que produjo para Cuba la caída del campo socialista y específicamente la antigua Unión Soviética.

En mi opinión es «Sergio & Serguéi» una película menor en nuestra cinematografía, que apenas roza el conflicto mayor: el período especial cubano y sus protagonistas. Pareciera que el filme está contado para esa empatía fácil con el espectador, que dialoga con el mismo desde códigos más que trillados por el cine cubano, haciendo que el verdadero conflicto de la historia se diluya.

La amistad del radioaficionado cubano con el norteamericano poco o nada aporta a la trama del filme, solo la dosis de más risa fácil más ingrediente comercial y de distribución del mismo hacia el mercado extranjero, que potencia la inclusión en el reparto del reconocido Ron Perlman.

Sólo las escenas donde el chiste y la empatía con el público, eludiendo el dolor o la distracción de una trama que tenía material más que suficiente para contar una historia donde esa huella o herida aún sangran y el olvido es una quimera, se convierten en leitmotiv del filme.

Pasados los treinta minutos de metraje ya sabemos todo de esta película aparentemente profunda de un período catártico de la historia nacional. Los códigos escogidos por Daranas no constituyen por si mismos profundidad, o una dimensión que pudiera hacernos pensar que se divierte pero a su vez parodia, reflexiona desde ella misma.

Recientemente pude leer un trabajo de mi colega Jorge Luis Lanza titulado «Un pasado que todavía es presente». Para mi colega la cinta constituye una de las pocas que ha reflejado de manera acertada la angustia existencial y la incertidumbre social experimentada por el cubano es esos sombríos años noventa.

Después de leer el citado trabajo me pregunté: ¿qué película había visto mi colega en el 39 Festival de la Habana que yo me perdí? No sería la misma que me hizo sentir angustia, sí, pero angustia por ver tantas cintas que se parecen entre sí y que discursan sobre temas álgidos como el narrado, pero donde el verdadero conflicto se convierte en pretexto para hacernos pasar un rato de diversión y apenas de reflexión, donde el conflicto de la trama se sustituye por la comunicabilidad a toda costa con el espectador, haciendo que este aplauda el cine nacional -más que por su hondura conceptual- por la empatía fácil, donde el análisis verdadero de una historia como ésta apenas se anuncia pero no se desarrolla y, menos aún, se explícita desde un serio análisis como lo requería la película citada.

Logro del filme según mi colega es precisamente apelar a ese discurso que elude el hermetismo de una cinta como «Madagascar» de Fernando Pérez. ¿Es que acaso el uso de códigos simbólicos y metafóricos en una historia como «Madagascar» hacen de ella una cinta menor, ininteligible para el espectador medio? ¿Es un logro la risa fácil por encima de la reflexión compleja que la elude, para diseccionar un contexto histórico sin precedentes como el llamado periodo especial?

El tono escogido por Ernesto Daranas es, sin lugar a dudas, el más ligero, el más llano, que no logra el filo jugoso de la parodia, sino más bien el que roza lo mismo que quisiera eludir: el choteo, sobre todo en los personajes llamados antagónicos, los que representan los mecanismos de control.

¿Donde está la metáfora en «Sergio & Serguéi»? ¿Dónde el discurso inteligente y el subtexto profundo de la parodia? ¿Estarían para mi colega y para el propio realizador en las peripecias narradas, unas tras otras, por parte de Sergio para eludir a los malos de la película?, ¿en el posible involucramiento del FBI en la misma?, ¿o en el

absurdo por al absurdo de las situaciones, muchas de ellas traídas por los pelos, como las que se narran en la historia?

Otro de los aciertos según Lanza es haber obtenido el premio de la popularidad en el 39 Festival del Nuevo Cine Latinoamericano. Yo le preguntaría: ¿cuántos pases tuvo la película en detrimento de cintas de innegables valores estéticos, como sin dudas lo fueron «Zama», «Los Perros», «Alanis», entre otras? Es inevitable que una película exhibida hasta el cansancio obtuviera dicho premio. ¿No le pudiera parecer a mi colega que nos estuviéramos premiando a nosotros mismos?

¿Dónde radica la profundidad de «Sergio & Serguéi»?: ¿en el divertimento en sí ?, ¿dónde la reflexión y disección de ese período álgido de nuestra historia nacional? ¿Qué constituye una metáfora para el crítico: la sobresaturación de chistes y más chistes entre los protagonistas de la historia sin que esto implique otra cosa que la risa y la carcajada fácil?.

Jamás podría ser «Sergio & Serguéi» un homenaje sensible a ese cubano que supo a duras penas sobreponerse a ese período gris de nuestra contemporaneidad, y a las terribles adversidades como las sufridas en el llamado período especial.

Tampoco creo que la utilización de material de archivo en el filme dote al mismo de algo novedoso en nuestra cinematografía.

Faltó en «Sergio & Serguéi» precisamente una sólida historia y, sobre todo, el diseño de personajes. Falló una tesis o súper objetivo si lo tuviera: más bien carece del mismo. Estamos abocados desde el mismo comienzo de la trama a reír y reír en una historia que pedía más por si misma que esa comunicación fácil con el público.

Una vez más el Cine Cubano está en deuda con su público y con los amantes de nuestro Cine. Es bien difícil poder contar con una sólida cinematografía si apenas contamos con financiamiento y productoras independientes que puedan ofrecer a los realizadores más jóvenes oportunidades para contar sus disímiles historias.

La ausencia de la llamada Ley de Cine y el privilegio de la industria a unos pocos hacen que cintas que nada o poco aportan al discurso del cine actual sean las que logren ser filmadas en detrimento de otras que podrían, desde ópticas diversas, ser narradas para enriquecer una cinematografía que cada vez más se aleja del buen cine latinoamericano y de la propia tradición del buen Cine Cubano que ya no vemos en pantalla.

Así que este pasado que retorna de manera infeliz en nuestra filmografía ha sido un ejemplo más de que debemos repensar las estructuras de financiamiento desde y fuera de la industria, para que podamos recobrar entre todos nuestro pasado fílmico y nuestra tradición encima de la cinematografía latinoamericana contemporánea.

Sergio & Serguéi - Ron Perlman

Un pasado que todavía es presente

Por Jorge Luis Lanza Caride en «Cine Cubano: la pupila insomne», 01/07/2018

En la historia del cine cubano, pocos filmes han reflejado la angustia existencial y la incertidumbre social experimentada por el cubano en esos sombríos años noventa como «Sergio & Serguéi» (2017), el más reciente largometraje de Ernesto DaranasLos dioses rotos» y «Conducta»), pues la mayoría las cintas realizadas por el ICAIC en ese contexto, salvo «Madagascar» (1994) de Fernando Pérez, permanecen en el olvido, dado el tratamiento intrascendente, no solo en lo temático, sino también en lo social.

La principal diferencia en cuanto al abordaje temático y estético de la crisis de los noventa entre algunos de estos filmes, incluyendo el citado título de la filmografía de Fernando Pérez y la más reciente película de Daranas es no apelar a un discurso hermético difícil de descifrar para el espectador medio, como suelen ser las cintas de Pérez.

Sin embargo, elude recurrir al típico tratamiento costumbrista y superficial cuya tendencia fílmica ha marcado y limitado en gran medida la cinematografía cubana de las últimas décadas. Daranas no prescinde de la metáfora reflexiva e inteligente en «Sergio & Serguéi», al entregarnos un filme divertido cuyas claves comunicacionales le valieron el premio de la popularidad en la 39 edición del Festival Internacional del Nuevo Cine Latinoamericano.

«Sergio & Serguéi» no es una cinta pesimista y derrotista en su abordaje de nuestras problemáticas sin dejar de ser divertida, seria y sobre todo profunda. A mi juicio, posee la virtud de cuando terminamos de verla nos deja más interrogantes que respuestas concluyentes.

Aunque centra su mirada en esos difíciles años, no se limita a radiografiar de manera satírica el cúmulo de avatares y penurias sufridas en aquel contexto. Lamentablemente, la mayoría de los filmes que han apelado a ese recurso para representar ese complejo período apenas son recordadas por el público cubano, tan exigente cuando se trata de su propia cinematografía.

En esta cinta Daranas establece un acertado dialogo entre dos contextos tan cercanos en el tiempo: los críticos años noventa y la actualidad, ese nuevo milenio que ha prolongado muchas de las contradicciones y realidades de los noventa. No olvidemos la capacidad y vocación dialógica del arte en todas sus dimensiones.

Con el arribo de los noventa y la eminente debacle de la Unión Soviética y el campo socialista, el último cosmonauta soviético Serguéi Asimov se queda varado en el espacio al detenerse el financiamiento para los programas espaciales. En Cuba, el impacto de ese suceso amenaza la estabilidad económica y social del país. Sergio, al igual que otros cubanos formados en la doctrina marxista comienza a replantearse su proyecto de vida.

El filme posee una dimensión conceptual que trasciende lo anecdótico, lo meramente circunstancial, lo efímero del contexto, al devenir una excelente metáfora sobre las relaciones humanas en situaciones límites y, lo más esencial aún, constituye una metáfora que ilustra el aislamiento político que sufrió la sociedad cubana tras el colapso de la URSS, cuando muchos pronosticaban la caída de la Revolución cubana.

En ese sentido una de las posibles lecturas del filme radica en devenir un honesto y sensible homenaje a una nación como la cubana, que en ese dramático contexto sobrevivió gracias a la capacidad del cubano para asumir una crisis que continua en la actualidad, aunque determinados discursos han querido entronizar la absurda idea que el denominado eufemísticamente Periodo Especial ha sido superado, cuando la crisis económica que atravesamos hoy en todos los órdenes, incluso en el plano ético es expresión de la prolongación de las reformas emprendidas en los noventa, del cúmulo de contradicciones emergidas durante esa etapa, de absurdas improvisaciones y errores.

Un recurso utilizado para contextualizar al espectador es aquel histórico discurso pronunciado por Fidel Castro a inicios de los noventa cuando expresó su preocupación por el curso de los acontecimientos, cuando reafirmó que aunque se desintegrara la URSS no se renunciaría a la aspiración de construir el socialismo en Cuba, entre otros recursos expresivos empleados para remontar al espectador a aquel contexto, lo cual funciona muy bien para aquellos cubanos que no poseen referencia vivencial con el referido período.

A diferencia de otras cintas que apelan a imágenes de archivo para graficar el contexto, «Sergio & Serguéi» no abusa de ese recurso estético. El referido contexto y el ambiente social reinante es abordado sin apenas recurrir a imágenes de archivo. Aún así resulta fiel al clímax imperante. La historia de esta cinta transcurre en ambientes cerrados, aparecen pocos exteriores, lo cual resulta coherente con sus presupuestos estéticos y estructura dramática.

Hay mucha similitud entre «Sergio & Serguéi» y una cinta como «Páginas del diario de Mauricio» (2004) de Manuel Pérez, pese a la distancia en cuanto a sus códigos estéticos, las pretensiones de sus realizadores y el tratamiento del tema. El elemento que entrelaza a ambas cintas descansa en la siguiente tesis: ambos personajes, tanto a Serguei como a Mauricio, formados en el Marxismo, en una etapa en la cual fuimos testigos de una interpretación dogmática de dicha corriente filosófica, la caída del Muro de Berlín (1989) y el resto de los acontecimientos que sucedieron en la Europa Oriental cuyo ritmo fue vertiginoso, no solo sorprendió a muchos cubanos, sino que tuvo un impacto social y psicológico enorme.

De la noche de la mañana la gran mayoría de los cubanos acostumbrados a la bonanza de etapas precedentes no solo tendrían que ajustarse el cinturón ante las penurias y dificultades que vendrían, sino que tuvieron que modificar disimiles esquemas de pensamiento, reajustar su escala de valores, aprender el juego de la filosofía de la supervivencia. Incluso, hubo quienes en diferentes latitudes, luego de haber compartido los ideales del socialismo, los abandonarían de la manera más camaleónica.

Mauricio y Serguei, en cambio, tienen que adaptarse para sobrevivir en una época de crisis, sin renunciar a sus convicciones y valores. Otra de las lecturas de la cinta radica en la divertida historia de la amistad que entabla Sergio con el radioaficionado estadounidense, interpretado por el actor norteamericano Ron Perlman, a quien recurre para intentar rescatar al cosmonauta soviético detenido en el espacio. De manera que el filme dialoga con el proceso de deshielo entre Cuba y EE.UU en el 2014, además de ser una parábola sobre como la amistad deviene un puente entre las naciones, sentimiento que supera cualquier frontera ideológica.

Una de las críticas más acuciantes y atrevidas del filme, aspecto reiterado por cintas tan controversiales como «Regreso a Ítaca» y «Santa y Andrés», estriba en la denuncia a los mecanismos de control que ha ejercido el estado cubano sobre los ciudadanos, realidad que resulta inherente a cualquier sociedad y sistema político: lamentablemente todo lo relacionado con Cuba es víctima de la hiperbolizacion y la más burda manipulación mediática.

Aunque en las referidas cintas hay muchas verdades que no se habían expuesto de manera abierta, también hay verdades contadas a media. «Sergio & Serguéi» no solo cuestiona los excesos de control existentes en la sociedad cubana, al apelar al humor y la sátira como recursos habituales en el cine cubano, funcionales para el público cubano, sino también la desconfianza excesiva existente en Cuba hacia todo lo extranjero en etapas precedentes, signo del aislamiento que experimentamos en aquellas décadas, con sus reminiscencias y ecos en la actualidad.

En ese sentido demuestra que la pluralidad y la apertura son requisitos insustituibles para cualquier sociedad que pretenda marchar hacia el progreso.

Según Ernesto Daranas, en una entrevista concedida para el diario del Festival: “Para mí lo esencial, y ha sido el mismo tema de las tres películas que he hecho, es la autoestima. Nuestra vida cotidiana, nuestra lucha por la subsistencia, la manera en la que nos relacionamos, el conjunto de esos factores a veces terminan dañando algo esencial que es el autoreconocimiento de quienes somos”.

Lo trascendental de «Sergio & Serguéi» estriba en develar, con sutileza y suspicacia -cualidades que han caracterizado el cine de Ernesto Daranas, considerado entre los más importantes cineastas cubanos en la actualidad- que pese a la adversidad inherente a cualquier contexto y circunstancias, nuestra supervivencia como nación solo será posible si somos coherentes con la metáfora de construir la casa Cuba, para ser fiel al proyecto poseedor de una dimensión martiana promovido por un intelectual como el desaparecido Monseñor Carlos Manuel de Céspedes y García Menocal que abogaba por una nación incluyente y diversa, o como diría Eusebio Leal: «Cuba es de todos», cuya clave del éxito radica en apostar por la diversidad y la capacidad de aprender de las experiencias del pasado.

Desde esa óptica podremos construir ese futuro de prosperidad y equidad al cual aspiramos como nación, como diría el Apóstol: «con todos y para el bien de todos».

Sergio & Serguéi - Mario Guerra

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