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En un artículo de ELCINEESCORTAR publicado el 19 de mayo de 2016, titulado «G-20: seguir y seguir reuniéndose», analizábamos todo el proceso que gestó la aparición de la Asamblea de Cineastas Cubanos que abogaban por una Ley de Cine en la isla y otras importantes e impostergables transformaciones vinculadas a las exigencias actuales del cine en Cuba, además de dar a conocer una «Carta a los Cineastas Cubanos: tres años después» publicada en el sitio Progreso Semanal donde compendiaban los logros no alcanzados en esos años de duro batallar con las instituciones oficiales vinculadas al cine y la cultura.

En ese artículo decíamos que, tras 6 meses de silencio después de su última reunión en la Sala «Fresa y Chocolate» el 28 de noviembre de 2015:

«el G-20 anuncia su reestructuración a solo seis miembros activos, según dicen, “atendiendo a las reales posibilidades de trabajo de sus integrantes, para que puedan enfrentar las tareas que se avecinan con rapidez, eficacia y responsabilidad”. Ellos son los cineastas Manuel Pérez Paredes, Fernando Pérez (Premios Nacionales de Cine) y Jorge Luis Sánchez, la realizadora de televisión Magda González Grau, el crítico de cine y profesor Dean Luis Reyes, el joven realizador Pedro Luis Rodríguez, y el graduado de la EICTV y organizador de la “Muestra Joven del ICAIC” Mijaíl Rodríguez

También afirmábamos:

«La Asamblea de Cineastas Cubanos ha dedicado esfuerzo, denuedo, espíritu participativo y democrático, paciencia y sufrido grandes incomprensiones (..) Al G-20, desprovisto de facultades ejecutivas, no le quedará más remedio que seguir y seguir reuniéndose (…) Y es que, realmente, no pueden hacer más.»

Nos enteramos hoy por un artículo del destacado crítico y guionista de cine Arturo Arango, que reproducimos a continuación, que el G-20 decidió disolverse a principios de 2016. Esperamos que esa disolución tristemente confirmada ahora por Arango sea, realmente, solo un receso temporal.

No se puede renunciar a los sueños legítimos de todos los que hoy hacen el cine cubano.

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Artículo publicado en OnCuba Magazine bajo el título «Qué dios detras de Dios…?» y reproducido con la autorización dada a ELCINEESCORTAR por Hugo Cancio, director del sitio digital.

Documentos G20Fue por estos días, hace cuatro años. Estimulados por una carta abierta que el realizador Kiki Álvarez envió a sus colegas a raíz del fallecimiento de Alfredo Guevara y, sobre todo, por la noticia de que se había constituido una comisión para transformar el ICAIC en la que era exigua la presencia de artistas, un nutrido grupo de cineastas se reunió el sábado 4 de mayo en el Centro Cultural Fresa y Chocolate para evaluar la situación del cine cubano y pensar en su futuro. Para ello, se eligió un grupo que estaría encargado de organizar los trabajos necesarios, dialogar con las instituciones estatales, elaborar documentos, ser el rostro público.

He escrito el párrafo anterior en tercera persona porque no estuve en esa asamblea inicial. Pocas semanas después fui convocado para sumarme a lo que comenzó a llamarse g-20 (la “ge” siempre en minúsculas), y a partir de ese instante y durante tres años laboré sin descanso en un proyecto que me sigue pareciendo el más revolucionario surgido en la cultura cubana (y quizás en toda la sociedad) en los lustros más cercanos.

Queríamos “unirnos desde todas las generaciones de cineastas y desde las más diversas experiencias profesionales y trabajar, con todas las voces, para el futuro del cine que soñamos” (“Acta de nacimiento”).

Los integrantes del g-20 fuimos muchos, y siempre tuvimos la conciencia de que no éramos más que representantes del gremio y que nos debíamos, ante todo, a las decisiones de las asambleas. Nuestro primer, y quizás único, logro en el diálogo con las instituciones fue que aquella comisión que propondría las modificaciones para la estructura de una entidad estatal pasara a llamarse “Grupo de Trabajo Temporal para las Transformaciones del cine cubano y del ICAIC”.

Junto a dirigentes de ese organismo trabajamos durante muchos meses en la redacción de un sustancial informe donde se establece tanto el diagnóstico sobre el estado actual del audiovisual en Cuba como las políticas necesarias para renovarlo. Allí se trata tanto de las formas para fomentar la producción audiovisual como los demás eslabones de la cadena: la distribución, la exhibición y la conservación del acervo cinematográfico de la nación, entre los principales.

Toda versión de ese texto fue llevada a las asambleas, discutida por los asistentes y modificada de acuerdo con las necesidades reales de quienes hacen cine en el país.

Nos trazamos, desde el inicio, propósitos a corto y mediano plazo. Los más inmediatos, la aprobación de resoluciones que otorguen personalidad jurídica a las productoras independientes (a veces preferimos llamarlas “no institucionales”) y la creación del registro imprescindible para esa legalización. Con funcionarios del ICAIC y del Ministerio de Cultura, concebimos y redactamos resoluciones y reglamentos que todavía esperan para ser aprobados.

A mediano plazo, pensamos que tendría que aprobarse una Ley de Cine que ordenara todo el sistema, y creara nuevas entidades como el Fondo de Fomento (imprescindible para la transparencia y justeza en la entrega de recursos a los creadores no institucionales) y la Comisión Fílmica, que tendría a su cargo promover la realización en la Isla de obras de otros países, con el fin último de recaudar dineros que pudieran reinvertirse en nuestra cinematografía.

Aunque durante algún tiempo nuestras relaciones con los dirigentes del ICAIC fueron sostenidas y esperanzadoras, jamás dejamos de sentir la presión de las desconfianzas. Supimos que los métodos que empleábamos contradecían la verticalidad que caracteriza, y deteriora, el sistema político cubano.

Aspirábamos a una participación activa y fecunda de los cineastas, y a que todo cambio atendiera sus expectativas reales, concretas. Además, respetamos el principio de ser transparentes con toda información que pasara por nuestras manos. Soñábamos con cambiar el modo (y el lenguaje) con que instituciones culturales se relacionan con los creadores.

Como respuesta, fuimos sistemáticamente difamados.

La primera de las acusaciones que recayó sobre nosotros fue la de pretender minar la autoridad del ICAIC, y lesionar las relaciones de ese organismo con los artistas. El “Acta de nacimiento” del g-20, dada a conocer días después del 4 de mayo de 2013, dice en su punto 1:

“Reconocemos al Instituto Cubano del Cine y la Industria Cinematográficos (ICAIC) como el organismo estatal rector de la actividad cinematográfica cubana; nació con la Revolución y su larga trayectoria es un legado que pertenece a todos los cineastas”.

En otro texto generado por el g-20 (que, junto al “Acta…”, se publicó en el n. 4 de 2013 de La Gaceta de Cuba), se anuncia que:

“Este Grupo de Cineastas nace no solo de la coyuntura presente, sino como respuesta a años de arduo trabajo y de propuestas no escuchadas”.

Cuatro años después, estas líneas pueden repetirse, palabra a palabra.

A inicios de 2016 el g-20 decidió disolverse: habíamos terminado los documentos principales, carecíamos de respuestas sobre el destino que esos textos debían seguir, y estábamos tan ocupados como agotados por la ausencia de respuestas y soluciones. Algunos creímos también que, sin nuestra presencia, los organismos estatales se sentirían más cómodos para “cambiar todo lo que debe ser cambiado”. Nos equivocamos y lo sucedido de entonces a acá no es para nada alentador.

En la pasada Muestra Joven del ICAIC se anunció que se había establecido un método para otorgar financiamiento a los realizadores independientes (de cualquier rama del arte). En el audiovisual, sustituye lo que deberá ser el Fondo de Fomento, pero nace con serias limitaciones porque las productoras no institucionales siguen flotando en el limbo de la alegalidad.

En la cara oscura de la moneda, los desmanes coloniales promovidos durante el rodaje de unos minutos de la saga «Rápido y furioso» en La Habana demostraron el desamparo en que nos deja carecer de una Ley de Cine y, en este caso, de una Comisión Fílmica. Y la torpe censura ejercida contra algunas películas ha hecho evidente que el ICAIC y el Ministerio de Cultura desoyen una y otra vez el criterio de la mayoría de los artistas, y que es preciso sustituir las prohibiciones por el ejercicio real del diálogo.

La aplicación de una política cultural debe ser un ejercicio de política, no de poder.

Como ha escrito recientemente Graziella Pogolotti:

“La controversia sobre política cultural sobrepasa en mucho el tema de la censura […] Se centra en el vínculo entre individuo y sociedad, tanto como en la participación ciudadana consciente en la formulación de premisas para el replanteo de una concepción del mundo” (La Gaceta de Cuba, n. 1 de 2017).

A lo largo de aquellos tres años en que pertenecí al g-20, con frecuencia advertíamos que quienes que se sentaban con nosotros en salones de reuniones no eran nuestros interlocutores. A lo sumo, conversamos con intermediarios que trasmitían órdenes y decisiones de otros.

Yo, una y otra vez, traía a la tosca realidad unos versos sublimes de Jorge Luis Borges: “¿Qué dios detrás de Dios la trama empieza…?”

Si nosotros no tuvimos interlocutor, la extinción del g-20 dejó sin interlocutor a los organismos que deben ocuparse del cine: ya no tienen forma efectiva, real, de relacionarse con los artistas del audiovisual. El desamparo se ha hecho más profundo.

La efervescencia generada por aquellas esperanzas ha dado paso al más duro escepticismo. Y, en tiempos en que la cultura nacional se ve asediada por nuevos modos coloniales, la crisis del sistema del cine cubano se prolonga, quién sabe hasta cuándo, sin que el sentido común pueda imponerse a desconfianzas y desidias.

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One thought on “¿Adios a la Asamblea de Cineastas Cubanos (G-20)? o «¿Qué dios detrás de Dios…?»”

  1. No tengo la menor duda como dice Arturo Arango que se trata de un proyecto revolucionario surgido en la cultura cubana (y quizás en toda la sociedad) en los lustros más cercanos. Como han sido todos los proyectos de leyes ce cine en todo America Latina. Son proyectos de por si revolucionarios en muchos sentidos. Algunos han resultado ser proyectos exitosos. Pero cada día estoy mas que convencido que siempre ha habido una intención marcada de no querer escuchar a los revolucionarios., en la propia «sociedad revolucionaria» que tanto sacrificio les costo a nuestros padres y a nosotros sostener, también sufrir, hasta que algunos nos desencantamos. Tan ciegos y sordos han sido y siguen queriendo estar que en ese afán de no escuchar hasta se olvidaron de la Revolución. Algo que ya prácticamente no existe a no ser en un álbum de fotos o en el NTV, gracias también a esa ceguera y sordera. La tan esperada «Invasión yanqui» tantas veces anunciada y que destruiría la Revolución nunca llego. Y al parecer los censores quieren seguir esperando esa mentada invasión. .Ese papel de destruir o acabar con la Revolución y con muchas cosas revolucionarias, le ha correspondido a otros. Entonces claro: es entendible bajo esas circunstancias, que un grupo de cineastas impulsando un proyecto revolucionario tendrían por lógica ser sistemáticamente difamados, aplastados hasta la disolución. Como le paso en los 80s al Movimientos de jóvenes Artistas, pintores, músicos, cineastas, escritores que también terminaron por difamarnos y aunque fue toda una explosión termino por disolverse gracias a los mismos difamadores. Yo estoy ya viejo para sonar pero al igual que Luis Alberto García Novoa pienso que al menos hay que ir pensando en cambiar a los que deben ser cambiados y los jóvenes se encargaran mucho mas de eso y ahora después de mas de medio siglo no hay santo poderoso en esta tierra ni en el cielo que evite esos cambios. Muchos serán para mal, otros para bien. Pero claro cuando vengan muchos cambios a lo mejor algunos se den cuenta de todo lo que hemos callado.
    Quizás mañana salga el sol
    Y todo será distinto,
    Lo triste será que entonces
    Ya no seremos lo mismo,
    Lo triste será que entonces
    ya no pensemos los mismo,
    Lo triste será que entonces…….

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