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Tomado de Cine Cubano: la pupila insomne, publicado por Juan Antonio García Borrero

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La Comisión de Cineastas (G-20), en nombre de todos los cineastas cubanos, lleva ya varios años bregando para que las autoridades culturales aprueben una Ley de Cine o una Ley sobre el Creador Audiovisual Autónomo acorde con los nuevos tiempos. Sus reclamos continúan sin respuesta.

En su artículo, Iglesias pretende descalificar al G-20 cuando dice que “mucha de la obra fílmica que se está generando adolece de contundencia artística, excepto contadísimas excepciones” y que nadie, salvo Fernando Pérez “tiene su estatus moral ni profesional para generar –como antes hacían las vacas sagradas- una presión en comunión de fuerza temeraria. Fernando y el G20 es solo Fernando, lamentablemente”.

Independientemente de que no estoy de acuerdo con estas lapidarias e insultantes aseveraciones de Iglesias, no pretendo centrar un debate de orden estético acerca de la calidad del cine cubano más reciente ni sobre el “estatus profesional” de sus autores, porque por ahí no va el tema que quiero tratar. Además, la obra de cada cual habla por sí misma. (Cuestionar el “estatus moral” del 99,99 por ciento de los cineastas cubanos no resiste el más leve de los comentarios).

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Por donde quiero ir es por aquí: Iglesias justifica el silencio del Gobierno ante los reclamos del G-20 porque, según él, al estar este formado casi en su totalidad por cineastas mediocres, no constituyen un colectivo de “interlocutores de altura” dignos de ser escuchados y tenidos en cuenta por “las autoridades culturales”. Es decir, la culpa de que no se haya aprobado la Ley de Cine la tienen los cineastas, no “las autoridades culturales”. (Me imagino que por allá arriba el artículo de Iglesias haya caído muy bien: “¿Ven?, si hasta los cineastas mismos lo dicen, a ustedes no hay que hacerles caso”).

Según mi manera de ver las cosas, esto descoloca totalmente el problema, al obviar que lo que ha puesto de manifiesto el reclamo del G-20 es la ausencia de un marco legal, de un marco jurídico que establezca las normas no solo en el quehacer cinematográfico, sino en todos los aspectos de nuestra sociedad, estableciendo deberes y derechos no solamente a la sociedad civil, sino también la las prácticas del Gobierno.

En todos estos años hemos estado inmersos en una nebulosa de directivas y “orientaciones” restrictivas, algunas de las cuales han sido emitidas por distintos organismos del Estado, sin el más mínimo respaldo de ninguna ley. (Incluso algunas de esas directivas contradicen a otras).

¿Qué ley prohibió a los ciudadanos cubanos que pudieran comprar teléfonos celulares y computadoras?; ¿Qué ley prohibió a los ciudadanos cubanos hospedarse en los hoteles?; ¿Que ley aún prohíbe a los ciudadanos cubanos (los extranjeros residentes en Cuba sí pueden) contratar una pantalla parabólica?; ¿Qué ley otorga al Gobierno la facultad de decomisar un automóvil, por el hecho de que su dueño haya sostenido una leve discusión con una Trabajadora Social en una gasolinera?; ¿Qué ley continúa otorgando a la policía la facultad de parar a un ciudadano que camina pacíficamente por la calle, preguntarle: “¿Qué llevas en la mochila”?, y, si el ciudadano porta una laptop, por ejemplo, sin el papelito de la propiedad, la policía le puede confiscar la puñetera laptop?; ¿Qué ley justifica que a un ciudadano cubano, natural de alguna provincia del interior del país, pueda ser tratado en La Habana como a un “inmigrante indocumentado?” , etc, etc, etc.

Lo que ha tratado de hacer el G-20 con todo rigor y coherencia es poner orden y legalidad en su ámbito profesional.

Como todos los cineastas, yo fui convocado al G-20 (todavía no se llamaba así) desde la primera reunión, pero aduje que mis dificultades auditivas me convertiría en el Convidado de Piedra al no poder entender nada de lo que se dijera ahí. Esto no fue una excusa, verdaderamente estoy sordo de cañón.

Lo que también es cierto (y esto lo confieso ahora) es que esta bronca me cogió cansao, y pensé en aquel momento (ahora veo que tenía razón) esta se iba a prolongar hasta el final de los tiempos. (Sobre todo cuando algunos cineastas como Iglesias se dedican a descalificar al G-20, aliándose con las fuerzas más inmovilistas de nuestra sociedad).

A lo mejor me equivoco y dentro de un par de meses se aprueba la Ley de Cine y del Creador Audiovisual Autónomo. Yo me he equivocado muchas veces, esta no sería la primera, y espero no sea la última.

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