CINE 12

«La UNEAC (…) al ser heredera de las prácticas de vigilancia de un Estado que hasta hace poco lo controlaba todo, absolutamente todo, serían más las veces en que estaría apretando el botón de pánico ante lo nuevo, ante lo que se desconoce, que creando espacios para el aprendizaje y el desarrollo, que es al final lo que necesitamos todos.»

Publicado hoy en «Cine Cubano: la pupila insomne», blog del investigador y crítico de cine Juan Antonio García Borrero.

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No había podido agradecer o comentar los numerosos mensajes que me han hecho llegar, a propósito del post Contra la hidra de la indiferencia. Para los que no conocían el blog, debo reiterar algo en lo que siempre he insistido: “Cine cubano, la pupila insomne” nació en el 2007 como una página personal, y todo el tiempo he intentado defender ese perfil independiente.

Al no ser un blog oficial, ni representar institución alguna, siempre he hablado de esta bitácora como una suerte de café virtual donde un grupo de amigos se sientan a compartir ideas, inquietudes, angustias, y también alegrías, que las hay… Que como individuo trabajara durante veinticinco años en una institución cultural, y ahora ya no forme parte del sistema, no debe influir en las ideas que aquí se expongan y debatan en lo adelante, por una razón muy sencilla: siempre me sentí libre para expresarme, y allí están como pruebas las abundantes polémicas generadas en el sitio. Por otro lado, si queremos un mínimo de rigor en esos debates que aspiramos se hagan naturales entre nosotros, deberíamos evitar los puntos de giros arbitrarios que, rehenes de las emociones que van y vienen, hoy dicen Diego y mañana digo. No es la anécdota lo que me importa, sino el debate de las ideas con alguna posible ganancia.

En lo que a mí se refiere, esto significa que seguiré apoyando la tesis de que los sistemas institucionales de la cultura tienen una indiscutible utilidad pública: para hablar del audiovisual, que es lo que me toca, gracias a esos sistemas es posible proteger de los embates del mercado aquello que intenta romper con los modelos hegemónicos de representación, y proponen nuevas maneras de ver y entender la vida.

Lo que resultaría alarmante, en todo caso, es el indiscutible envejecimiento de las ideas que hoy animan a ese sistema, o lo que es lo mismo: lo cuestionable es cuando el sistema deja a un lado su carácter de medio obligado a expandir las prácticas culturales para convertirse en un fin en sí mismo, adjudicándole el protagonismo a un pensamiento burocrático que no piensa en la innovación, sino en lo reglamentado, y en la autoridad intocable de lo que ya ha sido legitimado. En casos así, los epígonos estarán llamados a formar legiones, y es allí cuando la demanda de actitudes vanguardistas se incrementa.

pupilaEn Cuba se supone que esa mentalidad de vanguardia esté agrupada en la UNEAC, por lo que me parece lógico que Gustavo Arcos pregunte en su mensaje de qué manera ha intervenido la UNEAC de la provincia en este asunto del proyecto de La Calle de los Cines, y su prematuro declive. Solo que como ya comenté a raíz del pasado Congreso, no creo que ahora mismo la UNEAC sea esa fuerza de vanguardia en la que uno depositaría la confianza para oponerle al envejecimiento de la razón institucional un soplo de pensamiento joven. Yo sé que han existido momentos en que la UNEAC ha sabido oponerse públicamente a los desatinos o indolencias del Poder, como aquella ocasión en que la Filial de Granma circuló una carta pública defendiendo a dos trabajadores del Telecentro que habían sido arbitrariamente separados de su puesto de trabajo; pero, dejémonos de engaño: no es la regla.

En realidad, si recordamos que el término “vanguardia” remonta su origen al contexto bélico, y que se usa para describir aquella parte de los ejércitos que se anticipan en las batallas que se libran a diario, resulta fácil admitir que ahora mismo esa vanguardia intelectual está en otra parte, toda vez que lo que predomina entre los miembros de la UNEAC es el silencio, el conformismo, el sinflictivismo, el cansancio, y el refugio en la creación individual. La UNEAC agrupa a nuestros mejores artistas y escritores (bueno, no a todos, pero sí a la mayoría), mas eso no convierte automáticamente en “vanguardia” a la organización, porque lo que se dice vanguardia intelectual es otra cosa.

Ya sé que los nuevos estatutos resultan más exigentes que los que rigen en la actualidad, pero si me piden total honestidad, creo que las vanguardias intelectuales no se miden por los currículos que sus dueños logren actualizar e imprimir en un papel, sino por las intervenciones que ellas hacen en lo público, y no cada cuatro años y ante las cámaras que cubre un Congreso que los mismos medios olvidarán a los quince días de concluido, sino de modo sistemático, persistente.

Pienso que si para ingresar a la UNEAC, además de currículos se pidieran fotocopias de esas intervenciones y peleas sistemáticas en función del bienestar de la comunidad, es posible que tuviéramos menos miembros (muchísimo menos), pero me atrevo a asegurar que su impacto en las políticas públicas de este país sería mayor. Tal vez la Ley de Cine, por poner un ejemplo, ya existiera, y en vez de empeñarnos en controlar el consumo audiovisual de la gente estaríamos diseñando estrategias que impulsen la nueva industria cultural que necesita el país.

Pero eso demandaría una mentalidad que todavía está por construirse entre quienes se ocupan de dirigir nuestros asuntos culturales. Y esto es imprescindible porque se podrán construir Paseos Temáticos como el de La calle de los cines en Camagüey, que si paralelo a ello no se impulsa la construcción de un pensamiento que lo acompañe y anime, entonces no podrá hablarse jamás de una verdadera alternativa cultural.

Y aunque no quiera admitirse, o de buena fe se piense lo contrario, en Cuba ya ha tenido lugar una silenciosa revolución cultural donde las nuevas tecnologías han jugado un papel decisivo y emancipador. Basta asomarse a esos lugares donde funciona al aire libre y de modo más bien caótico el WIFI, para descubrir allí un universo de socialización e intercambios simbólicos que ya están rediseñando los modos del comportamiento público, y lo que pudiéramos llamar la economía de los afectos. Aunque la generación más vieja no lo alcance a ver, ese es el nuevo país que rápidamente se está construyendo ante nuestras narices, y que nuestros descendientes habitarán, con todas las luces y las sombras que seguramente tendrá.

Como en verdad nada nuevo hay bajo el sol, detrás de esa gran vitrina llena de novedades tecnológicas y apropiaciones, uno descubre circunstancias que nos remiten directamente a la teoría del eterno retorno de lo idéntico. Me sucedió, para poner un ejemplo, mientras leía el Manifiesto firmado en España en el ya lejano 1901 por Azorín, Baroja y Maeztu; lo leía, y me parecía estar viendo a ese número cada vez más creciente de jóvenes reunidos en el Parque Agramonte al amparo de la sombrilla WIFI:

Estamos asistiendo a una bancarrota de los dogmas; muchos de éstos, que hace algunos años aparecían como hermosas utopías, hoy están cuarteados, momificados; aunarán quizás intereses, servirán para defender lo creado, pero no tienen carácter estables.

En España… hay un gran número de hombres jóvenes que trabaja por un ideal vago. Esta gente joven no puede unir sus esfuerzos, porque no es posible que tengan un ideal común. Dada la pereza intelectual del país… y la pérdida nacional del sentido de la moralidad… ¿se puede creer que esta fuerza de toda esa gente joven es inútil, sin aplicación, que no tiene nada de aprovechable? No. La cuestión es saberla aplicar…, encontrar algo que canalice esa fuerza… que sirva de lazo de unión entre todas esas energías dispersas y sin rumbo”.

Ese desafío (encontrar el lazo que le de un sentido a todas esas energías dispersas) es lo que pondría en evidencia el colosal déficit que tenemos de un pensamiento de vanguardia dentro de las instituciones, un pensamiento capaz de cavilar con una perspectiva de conjunto las interacciones cada vez más intensas que ya se producen entre la cultura, las nuevas tecnologías, los mercados, y, por supuesto, los procesos educativos.

¿Podría la UNEAC, con el tremendo analfabetismo funcional y tecnológico presente entre sus miembros, ir a la cabeza de una tarea como la anterior? ¿O al menos lidiar con ella? ¿Se habrá enterado de que los modos de producción y distribución del ocio y la cultura se han transformado de un modo informal, y que se necesita una agenda práctica absolutamente inédita?

No lo creo, toda vez que al carecer de un conocimiento real del fenómeno, y ser heredera de las prácticas de vigilancia de un Estado que hasta hace poco lo controlaba todo, absolutamente todo, serían más las veces en que estarían apretando el botón de pánico ante lo nuevo, ante lo que se desconoce, que creando espacios para el aprendizaje y el desarrollo, que es al final lo que necesitamos todos.

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