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ELCINEESCORTAR quiere dedicar un espacio para homenajear a Don Rafael Cristobal Sánchez (Santiago de Chile, 24 de noviembre de 1920 – 1 de julio de 2006), director, guionista director de fotografía, montajista, compositor, profesor y escritor.

El cura Sánchez, como era conocido (de hecho fue sacerdote jesuíta hasta que se casó con Graciela Bresciani, a quien conoció en 1962, ella con 22 años y él con 42) es el autor de uno de los libros teóricos sobre la enseñanza fílmica mas lúcidos y profundos de cuantos se hayan escrito hasta el presente, sin perder un ápice de vigencia: «Montaje Cinematográfico: Arte de Movimiento«.

Según el «Diccionario del Cine Iberoamericano» (SGAE, 2011):

Realiza sus estudios secundarios completos en el Colegio San Ignacio de Santiago. Su temprano amor por el cine, lo lleva desde los nueve años a crear pequeñas películas dibujadas en papel.

En 1938  ingresa a la Compañía de Jesús, ordenándose sacerdote, investidura a la que renuncia en 1954. Licenciado en Filosofía, estudia además Música en el Conservatorio.

Inicia sus estudios cinematográficos  en 1939 en los Estudios San Miguel de Buenos Aires, que continúa después en diversos centros: el canadiense National Film Board, y en Estados Unidos: Consolidated Film Ind., Glen-Glenn Sound Co., Hollywood; California University (Cinema Department), Los Angeles, entre oros.

Pionero en el campo del documental, desde sus comienzos se aprecia su vocación humanista en la forma de captar la realidad, patente en algunos de sus trabajos, como Las callampas, La cara tiznada de Dios, Faro Evangelistas.  

En 1955 funda el Instituto Fílmico de Chile, dependiente de la Universidad Católica, el primero en su género en Latinoamérica, orientado a la producción de documentales, a la investigación y a la enseñanza, cuyo mayor logro fue la sistematización de estudios de Apreciación Cinematográfica.

El objetivo de estos cursos estuvo orientado a  la formación de Críticos Cinematográficos, en una época en que se avizoran aires de renovación en la cinematografía nacional. Paralelamente, cuando se funda la Escuela de Artes de la Comunicación de la Universidad Católica, es nombrado Jefe del Departamento de Cine, en el que permanece hasta el cierre de dicha Escuela, en septiembre de 1973.

A partir de 1980 y hasta 2001, se desempeña como académico del Instituto de Estética de la Universidad Católica, donde dicta cursos y Seminarios tanto a nivel nacional como internacional. Uno de los temas que constituyen una de sus preocupaciones fundamentales, la comunicación humana; que desarrollo en los apuntes de su curso sobre “El papel de la Imaginación en la Docencia y en la Comunicación”,  que da origen años después a su libro  «La clave secreta en la comunicación y en la enseñanza».

Ha ejecido la docencia y la investigación en diversos Institutos y Universidades de Argentina, Brasil, México, Estados Unidos y Canadá, donde ha enseñado y trabajado en técnicas cinematográficas como Fotografía, Cámara,  Iluminación, Compaginación, Laboratorio, Guión Técnico, Dirección Cinematográfica.

En 1979 es nombrado Miembro de la Society of Motion Pictures and Engineers (SMPTE), con sede en Nueva York. Director de más de una cincuentena de documentales, se desempeñó además como guionista, compaginador y compositor de música incidental.

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Luis Horta, en CineChile, la Enciclopedia del cine chileno, en su artículo «El legado de Rafael Sánchez»:

Rafael fundó a mediados de los cincuenta la primera escuela de Cine de Chile, el Instituto Fílmico de la Pontificia Universidad Católica. Ahí se dedicó a formar a la generación más importante, y heterogénea, de cineastas que ha existido en Chile. Así Rafael llevaba a la práctica su mirada del cine: algo que no le pertenece a una persona, sino algo que hay que transmitir y amar.

Sin embargo un hecho marcó la vida de este sacerdote: se enamoró de una mujer. Pidió al Papa de la época renunciar al sacerdocio por amor. ¿Quién hoy renunciaría a su vida, segura y tranquila, por estar enamorado? Rafael lo hizo y se casó con esta mujer, un matrimonio que duró para toda la vida.

Graciela Bresciani junto a Rafael Sánchez
Graciela Bresciani junto a Rafael Sánchez

En los años sesenta, mientras sus colegas de la Universidad de Chile salían a filmar la cruda realidad de un país pobre e injusto, Sánchez se dedica a afianzar el Instituto Fílmico.

Rafael Sánchez era cineasta y acordeonista. Su interés por la música lo hacía una persona muy interesante y atractiva de conocer. Esa rigurosidad también la llevaba al cine al editar sus films bajo normas netamente musicales, y le dedica en su libro un capitulo entero a la relación de la música y la construcción audiovisual.

Después del golpe de estado Rafael se dedicó a hacerle clase a los jóvenes cineastas. Le cerraron su escuela de Cine, y realizó varios documentales, siempre en una búsqueda formal y muchas veces poética. Mal visto por la izquierda por considerarlo evasivo, mal visto por la derecha por ser artista e intelectual, Rafael casi solo siguió haciendo cine, sin mucho importar el contexto pero si importando los valores humanos.’

A mediados de los noventa, ya mayor y con algunos problemas de salud, dejó de hacer clase. Una Universidad en la que hacía clases lo hacía subir cuatro pisos para llegar a su sala. Sin embargo sus capacidades intelectuales permanecían intactas. No toleraba la impuntualidad y su nota máxima era un seis, ya que “el siete es la perfección, y la perfección es Dios”. Su rigurosidad chocaba a los jovencitos que querían hacer cine y a la vez no dejaban de mirar de reojo si sus peinados estaban correctos.

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¿Por qué estudiar el cine?

Por Rafael C. Sánchez
Publicado en El Cine Forum, Santiago de Chile, 1957 

El cine es un lenguaje. Desde que se creó hasta nuestros días sigue usando ciertos recursos técnicos que expresan su contenido. Contenido de ideas y sentimientos. Como verdadero arte que es, usa elementos sensitivos concretos, para expresarnos el mundo abstracto de las ideas. O sea, tiene su forma específica para revelarnos un fondo.

El público, esa masa humana de 12 mil millones por año, que contempla los 4 mil films producidos anualmente (estadística de 1954), entiende más o menos ese lenguaje, sin que nadie, si no es la asiduidad, se lo haya enseñado.

En Europa ha nacido esta inquietud pedagógica: educar al público en el lenguaje del cine. Cada mes aparecen nuevos libros y centros de orientación y cine-clubes. Se busca así un conocimiento más hondo, una penetración mas fructuosa en esta lengua universal del siglo XX.

Es un hecho que el estudio de los lenguajes artísticos, de la música, la poesía, el drama, las artes plásticas, lleva a un deleite estético cada vez más completo. Nadie como sus propios genios creadores han gustado del arte. Pocos como ellos sabían mejor las leyes de su estructura.

Aunque las artes pueden gustarse sin saber cómo han sido creadas y qué leyes cumplió el artista, es del todo cierto que los hombres amantes de las artes pueden dividirse en dos grupos definidos: los que las miran, oyen y gustan externa y superficialmente y aquellos que penetran en el mundo de su creación. Estos últimos se interesan por la persona del genio creador, por las motivaciones históricas de su obra, por la escuela que se continúa o se inicia, por las leyes que se conservan o se quiebran. Para ellos una Sinfonía de Beethoven no es solamente un rato de agrado auditivo, o, a lo más, una evocación de sentimientos propios, sino una síntesis genial de elementos históricos, de corrientes humanas, de hallazgos inagotables fuera y dentro de la estructura de aquella creación genial. Es como si oyésemos a un gran sabio, explicándonos sus maravillosas aventuras y parte del público admirase su timbre de voz y sus gestos entusiastas sin entender su lengua; mientras nosotros, gozando también de su presencia, penetrásemos en ese universo de panoramas y de conceptos que nos traía su palabra.

Si la poesía y la música fuesen creadas solamente para un deleite externo y sensitivo de un público superficial, jamás hubiésemos escuchado las grandes obras clásicas, creadas con una técnica tan profunda.

Ahora bien, ¿qué conclusión se impone cerca de nuestra cultura cinematográfica? Debemos concluir que la gran masa de los espectadores carece de tal cultura y aborrece los films profundos de valores humanos, de problemas espirituales, ante ellos bosteza como el campesino con una Sinfonía o con un drama de Shakespeare.

Los mejores films religiosos producidos en Europa no llegan a nuestro continente americano.

Nuestro público los aborrece: ¡son tan aburridos! y si algún empresario, deslumbrado por el éxito tenido en Francia, lo pasa en nuestras ciudades, apenas logra amortizar los gastos: las salas vacías, los comentarios de la prensa ausentes. El film carecía de asesinatos, de amores ilícitos, de aventuras amorosas sugerentes, en fin, de “cosas interesantes”.

Y los que piensan así son también los fieles que llenan nuestras iglesias cada domingo y los jóvenes colegiales y universitarios que se glorían de su discoteca clásica y discuten sobre “los sacerdotes de Graham Greene”.

Si los católicos hubiesen recibido desde el Colegio una educación mínima en el arte cinematográfico, hoy buscarían valores artísticos en la pantalla y estarían capacitados para gozar de un film espiritual como Monsieur Vincent, Dios Tiene Necesidad de Hombres, El Milagro de Milán, Con las Manos Vacías.

A nuestra pregunta ¿por qué estudiar cine? no cabe mejor respuesta que el discurso de Pío XII del 21 de Junio de 1955, el cual debe ser meditado por cualquier persona interesada en este apostolado del cine.

Después de mostrar el Papa “la influencia extraordinaria amplía y profunda del mundo cinematográfico en el pensamiento, en las costumbres y en la vida de los países”, termina con esta frase: “De esta sencilla consideración, resulta clara la necesidad de que el arte cinematográfico sea convenientemente estudiado en sus causas y en sus defectos a fin de que él, como toda otra actividad sea dirigida al perfeccionamiento del hombre y la gloria de Dios”.

Si el Pontífice se atreve a dirigir tales conceptos a los productores de cine, a quienes fue destinado el discurso, ¿cómo eludir los mismos dirigentes católicos, esta grave responsabilidad? Tiene frases como éstas: “¿Cómo podría en verdad ser dejado a merced de sí mismo o condicionado por la sola ventaja económica en medio, nobilísimo en sí, tan eficaz para elevar los ánimos como para depravarlos, un vehículo tan pronto acarrear el bien como a difundir el mal?”

“La cinematografía ha llamado la atención tanto de las autoridades civiles y eclesiásticas, como de cuantos están dotados de sereno juicio y de un genuino sentido de responsabilidad”.

Conclusiones: el cine ha dejado de ser una nueva diversión. Es un nuevo arte, con profundos valores, dignos de ser apreciados.

Es un alimento para muchos espíritus, a menudo profundamente falso y venenoso.

Las finalidad que hacen necesario el estudio de su lenguaje son las siguientes:

1º Comprender mejor su contenido. El contenido ideológico de las artes está supeditado a la técnica.

2º Autorizar nuestra orientación moral, nuestra censura y nuestra crítica, basadas en un hondo conocimiento del séptimo arte.

3º Elevar el gusto del público, para que exija una producción más seria.

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Para leer «Montaje Cinematográfico: Arte de Movimiento», siga este enlace.

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