CREMATA 2

(Tomado de Havana Times, June 8, 2015)

Acabo de regresar de un viaje a Estados Unidos y Suiza invitado a festivales de cine. El camino de vuelta siempre incluye a Miami como tránsito casi obligatorio. Y el encuentro con amigos o viejos conocidos. Nadie me dice nada. Ninguno intenta convencerme de algo.

¿Regresar o quedarse?

Sólo hablan de sus problemas cotidianos. Sus líos, sus aconteceres y sus devenires diarios.

Sin embargo una dicotomía me retumba en la cabeza: regresar o quedarme.

Desde hace más de 50 años la cuestión se erige como una máxima shakesperiana para la mayoría de los cubanos.

Regresar significa el choque bochornoso contra un calor que es cada año más asfixiante.

Y en cuanto sales del avión comienzan los tropiezos. Una aduana cada vez más distante, fría y dura para los nacionales.

Los no cubanos casi ni se enteran en su emoción por descubrir la isla. Pero el recibimiento a casa, en lugar de ser afable, está teñido como de un odio, envidia, frustración o impotencia de los que te reciben.

Una vez me tocó regresar en medio de un apagón. Bienvenido a Cuba.

Para los que sobrevivimos aquí, la rutina en esta mezcla ambigua y angustiosa entre subdesarrollo y socialismo, ya se sabe lo que esto encarna: el reencuentro con las vicisitudes cotidianas, la intolerancia, el burocratismo, la indolencia, la escasez, la incomprensión, la “falta de recursos”, la manera estrecha y pueblerina de pensar, el “bisne” (business) callejero a flor de piel ya hasta insultante, el maltrato, la apatía, la desidia, la politización de todo, el falso discurso, la ausencia de moral y una larga cadena de etcéteras que desbocan en lo que hoy duramos y/o padecemos. O intentamos ser. O aspiran que seamos.

¡Claro que no es así por todos lados! En Cuba hay también familia. Gente buena. Y mucha. Pero casi ninguna de ellas decide. Sólo sobre nuestros sentimientos.

Ya hay más de una generación hastiada de tanta historia, tanto pasado glorioso, tanta promesa de un futuro promisorio, cada vez más lejano; y de tanto presente acuciante.

Para el cubano de a pie sólo se vive el día a día. Ayer ya resolví. Mañana ya veré. Necesito alimentar hoy. Y no hablo sólo de comida. Hay una necesidad de alimento espiritual incluso más apremiante.

Es la tesis de una de mis películas: se puede ser pobre de bolsillo pero no miserable de alma. Hay quien me atacará por esto. No será sorpresa. Ya hemos aprendido en este tiempo a no escucharnos.

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Por otro lado: quedarse.

Todos me cuentan lo que ha significado. Rotura de lazos, readaptación, nostalgia, difícil inserción y pago hasta del aire que respiras.

Creo en mi cultura. Esa es mi nación. La que me hace entenderme con los que ya no viven en la misma tierra y compartir comunes espacios.

Sé que soy atípico, privilegiado. He podido conocer y hacer realidad muchos de mis sueños.

He visto mundo y sé que algo distinto existe. Y que es real. Y que tampoco allá se encuentra la solución pues el remedio puede ser peor que la enfermedad.

Pero me he erigido en persona del mundo a la que el concepto casi municipal, de barrio o tribu que se le otorga a “la patria” me resulta estrecho, incómodo, apretado y hasta minúsculo.

Pero no dejo de sentir como el resto de mis semejantes. Los demás. Los que a menudo cuentan el menudo conteo que es subsistir.

¿Qué hacer? ¿Por qué tenemos que seguir en esta disyuntiva?

Regresar al quiste y regodearse en él o quedarse en el dolor y cimentar otro futuro.

Por más que no se quiera, la realidad te atrapa. Una y otra vez te envuelve, te degrada, te aniquila.

Enciendes la tele y todo es mentira. El mismo discurso seco y agrio versus la apariencia de una vida fácil y disipada, cómoda y factible.

Alguna vez leí algo que de algún modo me edifica y calma, un poco, en todo esto. El problema es que uno siempre se va, nunca regresa.

Juan Carlos Cremata y su madre, la realizadora Iraida Malberti
Juan Carlos Cremata y su madre, la realizadora Iraida Malberti

¿Por qué regreso?

A esta altura del partido creo que casi por costumbre. Antes solía hacerlo porque tenía una familia y sobre todo una obra que erigir aquí.

Tampoco creo que tenga edad ya como para afrontar un cambio de tamaña magnitud.

No es nada de patriotismo. Ya no creo en la “patria”. Mi nación es mi trabajo.

Pero no sé qué decidiré en el futuro.

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